Wonderland

Vas caminando por la ciudad. Vuelves del trabajo. Estás reventado. El frío te araña la cara. Te sientes sólo. Vas enfrascado en tus propios pensamientos y pensando que mañana más de lo mismo.

El enorme acierto y mérito de esta película es la forma de ser contada. Apenas tiene hilo narrativo ni un argumento claro. Te da la sensación que el director, cámara al hombro, pasea por Londres grabando lo que pasa, la gente que anda por la calle y simplemente hace una película basándose en lo que esos sentimientos e imágenes provocan en los que las ven.
Gente normal, común, de la que te cruzas con una barra de pan o comiendo pipas en un portal. Gente que busca la felicidad pero que ya no espera nada.

Cuenta la historia de tres hermanas y sus padres, un vecino, los compañeros de trabajo y
es la vida de cualquier ciudad, en el parque, en la cafetería, paseando por una calle lluviosa de noche.
Una charla a pie de calle, unas cervezas con los amigos, una cita.
Soledad, desaliento, ilusión y esperanza.

Una obra maestra sin pulir. Enternecedora.

Es de esas películas que no pueden calificarse con un puntaje. Por momentos dudo y me parece que mi 7 es un poco mezquino, porque los minutos finales, en los que todas las historias cierran y uno puede hacer su propia lectura, dejan un gusto a cine de gran calidad, merecedor de mejor premio. Pero no puedo dejar pasar que la primera (gran) parte de la historia me resultó difícil de acompañar, por ese estilo frío de documental, esa sensación de que "no pasa ni va a pasar nada", y ese pesimismo y frustración omnipresentes. Pero todo cambia en el final, las luces empiezan a aparecer entre las sombras, finalmente pasan cosas, y todo tiene mayor y mejor sentido. Esos contrastes se ven representados en la fotografía, muy original, muy bella, mostrándonos un Londres -fundamentalmente nocturno- desconocido y cautivante. Tal vez merezca mejor calificación, pero se debe tener en cuenta que no es para ansiosos ni para amantes del entretenimiento puro y elemental.

Cuando la vi me pareció una película aburrida, pedante, falsa, sin ningún interés... Luego he leído estos comentarios tan elogiosos. Está claro que es otra visión. Me da hasta vergüenza escribir que me pareció muy mala (al menos se veía y oía bien; los actores algunas veces parecen creíbles, otras, en mi opinión no; el guión me parece absurdo, aburrido y esperpéntico; pero bueno, Ed Wood lo podía hacer peor...)
Siento disentir de esta manera tan radical, pero es que me molestó mucho perder mi tiempo de vida durante los minutos que pasé frente esta película tan soporífera.

Repasando por encima la filmografía de Michael Winterbottom descubro no sin sorpresa que he visto muchas más películas de este realizador de las que en un principio creía. De entre todas me quedo desde hoy con este “Wonderland” que me ha sabido a pequeña obra maestra por lo que tiene de modélica. Y es que de entrada, tengo que agradecerle a su director haber hecho una película que destila tanta personalidad, que puede parecerse a muchas que hemos visto anteriormente, pero a la vez no se parece a ninguna, tiene un sello propio. Mérito sin duda de una dirección sobresaliente haber logrado este pequeño milagro.

Winterbottom nos cuenta la historia de una familia de clase media baja en el Londres actual. Nos presenta a sus seis miembros cuyo núcleo central lo forman tres hermanas. y de paso introduce en escena a algún que otro personaje de su entorno. Cada uno arrastra sus propias frustraciones, pero también sus pequeñas ilusiones y esperanzas; una intenta encontrar el amor detrás de las citas a ciegas en un portal de Internet, otra intenta compaginar su vida laboral con la educación de un hijo preadolescente, a otro se le viene el mundo encima al saber precisamente que va a ser padre… Son problemas y situaciones demasiado comunes, demasiado cotidianas, se diría que con escaso valor narrativo y cinematográfico. Pero ahí está Winterbottom para convertir todo eso en algo especial, algo que te toca la fibra y te llega hasta lo más profundo. Poco a poco, casi sin darnos cuenta. Un milagro al alcance de muy pocos (me viene a la cabeza así de pronto el nombre de Mike Leigh como el de otro de esos magos capaces de obrar este mismo milagro).

Como Leigh, Winterbotton también se revela como un excepcional retratista y pintor de personajes llenos de fuerza en ambos casos. En “Wonderland” coexisten otros recursos que acentúan la personalidad de la película, y ahí es donde entraría tanto la sugerente banda sonora de un –esta vez sí – inspirado Michael Nymman como la granulosa y cassavetiana fotografía. En este contexto, lo del título tiene bastante de ironía, aunque debemos tener en cuenta que el mito de la Alicia de Carroll nunca se ha entendido del todo bien, y tiende a olvidarse que en ese reino de las maravillas corrías el riesgo de que te cortasen la cabeza a la mínima que te descuidases.

Una ciudad. Una familia. Unas hermanas. Gente que se quiere y gente que se odia. Amarguras. Esperanzas. Decepciones. Noches de soledad. Lágrimas en un autobús nocturno. Sexo sin amor. Odio con sexo. Finales agridulces. Niños tristes. Perros que ladran demasiado. Personas que sufren... y lo mejor de todo, Alicia naciendo.

Hasta aquí todo perfecto. Es el tipo de película que a mí me vuelve loca: guión sencillo, gente normal, como tú y como yo a la que le pasan cosas normales, que me suenan, ratos buenos, ratos malos, risas, lágrimas, amor, sexo, odio, trabajo, soledad... Mi peli de diez, en definitiva.

Pero claro, entonces llega mi amigo Michael Winterbottom y, como su propio nombre indica, le da al botón invernal videoclipero y entonces esa cámara maníaco-psicótico-compulsiva empieza a dar saltos, para arriba, para abajo, para delante, para atrás, el pino puente, vuelta de campana, triple salto mortal, temblores, convulsiones, una secuencia desquiciada, una moto que aparece y desaparece, caras que vienen y que van, psicodelia total... Y yo desolada: por qué haces esto, Michael. A qué viene. Lo estabas haciendo tan bien. Por qué, chico, por qué tenías que estropearlo. Y una lágrima recorre mis mejillas. Qué corte de rollo, qué anticlímax, qué putada, Michael.