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Cielo amarillo

Western Una banda de ladrones de bancos recorre el desierto y llega a un poblado fantasma donde sólo vive una joven con su abuelo... El guión de Lamar Trotti se basa en una historia de WR Burnett y en "La Tempestad" de William Shakespeare. (FILMAFFINITY)
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Críticas 39
Críticas ordenadas por utilidad
25 de octubre de 2010
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta hasta cierto punto sorprendente que un cineasta con más de treinta años de carrera y un buen puñado de peliculones en su haber no haya conseguido nunca ningún Oscar. Pero más sorprendente resulta, si cabe, que un “clásico” del cine americano como Bill Wellmann no haya alcanzado -con el tiempo y una caña- la reputación y el reconocimiento que sí lograron paisanos suyos como Ford, Huston, Capra, Walsh, Hawks, Ray, Wyler y tantos otros.

Permitidme, pues, que -como ya hice en “The Ox-Bow incident”- le rinda otro sincero y afectuoso homenaje a este grandioso “artesano” del séptimo arte con el firme propósito, además, de que ningún amante del buen western en particular y del cine clásico en general se pierda el que es, a mi juicio, uno de los 10 mejores westerns de la primera mitad del siglo XX.

Lógicamente, a las pruebas me remito. Y la primera de ellas es, incuestionablemente, el talento narrativo del bueno de Bill. Un hombre que siempre supo sintetizar sus historias a la perfección y que, como no podía ser de otra manera, alcanzó con “Cielo amarillo” el máximo nivel de economía expresiva al hilvanarnos impecablemente un curradísimo guión sin desperdiciar ni un solo centímetro de celuloide ni un solo minuto de metraje.

Y aunque, obviamente, son muchas las secuencias que corroboran tales afirmaciones, me gustaría destacar una que me llamó poderosamente la atención. Se trata de la secuencia en la que el abuelo de “Mike” se halla tumbado en la cama tras recibir un balazo en la pierna y se ve forzado a confesar a la pandilla de bandidos capitaneada por Dawson (Gregory Peck) la existencia de una considerable cantidad de oro oculta en la entrada de una mina de su propiedad. Un auténtico clímax cinematográfico que Wellmann resuelve a través de una ponderada amalgama de gestos, miradas y tempo narrativo sencillamente magistral.

De todos modos, que nadie se lleve a engaño. “Cielo amarillo” es un western de pequeños detalles, sí, pero también es -ante todo- uno de esos western que se visten por los pies. De los que a mi me gustan. Con mucho polvo, calor, sangre, sed, sudor y lágrimas. Con galopadas, puñetazos, tiroteos, amoralidad, misoginia, traiciones, amor y muerte. Pero, sobre todo, “Cielo amarillo” es un western que trata sobre la codicia. O, mejor dicho, sobre la fiebre. La fiebre del oro. Compruébenlo.
Taylor
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29 de junio de 2011
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde que hemos regresado a la infancia, nos hemos vuelto comodones, perezosos y quejicas. Menos mal que tenemos papilla blanca y negra y confortables pañales animados por ordenador para hacer más llevadera nuestra dura existencia de niños malcriados, porque todo cuanto requiera mirar más que ver y escuchar y no tan sólo oír nos resulta más intolerable que la más salvaje de las torturas. Todo nos cansa y nos aburre y aquello que un día fue llamado clásico no nos parece sino una tomadura de pelo, un camelo que conviene denunciar a los cuatro vientos para liquidarlo de una puta vez, no sea que dejen de considerarnos salvajes e irreverentes cinéfilos, tíos sin pelos en la lengua y de lo más puestos al día. ¿Hitchcock, Ford, Huston, Kubrick? Bah, simples nombres, vacas inexplicablemente sagradas, torpes tahúres a los que les pillamos todos los trucos, sopor, moho y naftalina. ¿El western? Pst, indios pintarrajeados y estrellas de latón, bancos y diligencias, desafíos al sol y peleas en tabernas, gente a caballo pegando tiros y cayéndose muerta, furcias en corpiño bailando el cancán. Eso es todo.

Y cómo explicar que no, que eso no es todo, que algunos de los mejores westerns son precisamente aquellos que eluden todos los tópicos que se suponen asociados al género, los oblicuos y extraños, aquellos en los que apenas hay disparos y en los que casi ni se habla porque todo se dice con los ojos, aquellos en los que los hombres se enfrentan a sus miserias cruzando desiertos de sal y vagan insomnes entre las ruinas de la Tierra Prometida porque han olido oro y carne de mujer. Aquellos en los que hay luz cegadora y densas sombras y un espacio abierto entre ellas para que lo ocupen la codicia y el deseo sexual, la redención y la condenación. Aquellas en las que la naturaleza le revela al hombre su insignificancia y pone al desnudo la estupidez y fragilidad de sus leyes, aquellas en las que se habla del destino sin nombrarlo, en las que se muestra lo cerca que estamos siempre de sucumbir a nuestras propias ruindades. Con aplomo y mano maestra, mediante la sugerencia y la elipsis y una insólita potencia visual, muchas veces al borde de la irrealidad.

Como ocurre con algunos de los mejores westerns, “Cielo amarillo” es un western por casualidad. Es una historia arrancada del Antiguo Testamento, de un canto homérico, de una epopeya medieval. Podría suceder en cualquier tiempo y en cualquier lugar. Hay momentos, de hecho, en los que parece transcurrir en la luna. Qué lástima que transcurra en el Oeste y en 1867, porque quienes detestan el western y se conforman con identificarlo entre bostezos con los estereotipos más folklóricos y epidérmicos de su atrezzo nunca sabrán de su existencia. Y ya puestos, qué lástima de ese risible y anticlimático apéndice final, que nos priva del que habría sido uno de los mejores desenlaces del cine del oeste y casi arruina uno de los mejores duelos que recuerdo haber visto. O debería decir que no.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Normelvis Bates
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3 de mayo de 2015
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Cielo amarillo” es uno de los grandes momentos del western, espartano hasta la médula, es una consecuencia directa y afortunada del éxito que el director William Wellman cosechó con “Incidente en Ox-Bow”, se repiten incluso escenas como la primera del salón, o la idea del cuadro de una mujer desnuda a lomos de un caballo. La acción se sitúa en 1867, es decir, apenas terminada la guerra de Secesión, y está protagonizada por un grupo de forajidos que han participado en esa guerra civil y llegan a una ciudad fantasma llamada “Cielo Amarillo”. Así pues, tenemos todos los ingredientes del western, bandidos, caballos, rifles, revólveres, ciudad muerta, desierto, un sol de plomo, una mina de oro y hasta una mujer joven y atractiva, muy dura ella también. Ingredientes mezclados con mucha retranca, con mucho humor frío, en un western, como digo, espartano hasta la médula, la chica duerme vestida, la gente habla lo mínimo, la música lleva un firmante ilustre, Alfred Newman, pero sólo se oye un poquito al principio y un poquito al final.

La chica es Anne Baxter, jovencita de 25 años que trabajó luego con los más grandes, está a la altura de su personaje, que es fundamental. Tiene en frente a un grupo de hombres poco recomendables encabezados por Gregory Peck, ya es raro verlo haciendo de malo un rato y, en un muy segundo plano, Richard Widmark.

William Wellman es como el Rey Midas y acumula momentos mágicos, alguno antológico, como la pelea de Gregory Peck y Anne Baxter a cabezazo limpio, como el atraco y el desatraco, como ese duelo en el salón que estáis invitados a seguir, pero sin ver nada, de noche y desde la calle. Una sucesión de escenas que no tienen desperdicio, filmadas con un contraste notabilísimo por Joe MacDonald.
Juan Marey
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16 de diciembre de 2013
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este western no es el único que podría ser calificado como “western noir”, pero quizá sea el más memorable. “Cielo amarillo” está escrita por Lamar Troti a partir de un argumento de William R. Burnett y dirigida por William A. Wellman, un cineasta poco valorado, que merece la revisión de su obra. La trama sigue los pasos de un grupo de bandidos, un viejo buscador de oro y la sobrina de éste en el fantasmal paisaje de una ciudad muerta, donde el viento, la tierra, el sol, el polvo, las rocas y los matorrales secos comparten espacio con carteles rotos, maderas carcomidas, el acceso a una mina y los restos de un salón.

Antes asistimos a un atraco a un banco y la travesía de otro espacio igualmente siniestro: las setenta millas de un desierto de sal, en las que, como dice el oficial al mando del grupo de soldados que los persigue mientras renuncia a seguir tras ellos, “les espera una muerte segura”. Pero ese desierto “es un espacio, y los espacios se cruzan”, tal y como afirma uno de los perseguidos, Stretch (Gregory Peck). “Cielo amarillo” es también un western lacónico y áspero, de belleza mineral.

La época se sitúa al final de la guerra de Secesión, cuando los paisajes del western eran atravesados por forajidos de diversas procedencias, está el chico bueno que abandonó casa y familia y añora el hogar, pero también el jugador de mirada fría y sonrisa perversa como Dude (Richard Widmark). Personajes cegados por la codicia del oro, que se encuentran en la frontera de todo y cuyo comportamiento oscila entre la camaradería y la traición, la palabra de honor dada y la mentira, según su conveniencia.

La aparición del viejo y la joven rebelde e indómita (Ann Baxter) siembra la discordia, la maldad de Dude es congénita, mientras que Strech no es más que un villano circunstancial. Todo está narrado con tal contundencia y precisión que realmente no es preciso que los diálogos ayuden a definir a los personajes, porque las miradas, los gestos y los movimientos están siempre en función del doble deseo: la chica y el oro. Un oro inservible bajo un sol abrasador, en un territorio hostil de arena y escorpiones.
Antonio Morales
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21 de julio de 2012
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin quererlo y gracias a la recomendación de un conocido, me he visto una de las mejores películas de western. Es difícil por no decir imposible conseguir aunar todos los géneros en una misma historia como lo hace Cielo amarillo.

Desde un principio notamos la aventura con ese atraco al banco y la posterior huida. Pero jamás imaginé lo que vendría después. Drama y tensión en el paso del desierto, sin agua, sin comida, con los enemigos a un lado y el sol al otro, agonía, miedo, todo se palpa en el ambiente. Al final de tal camino, otra sorpresa, la ciudad fantasma. Comienza el misterio, que hacen un viejo y su nieta viviendo en un sitio abandonado. ¿Se traerán algo entre manos? Por supuesto que si. Han logrado dar con una montaña donde sacar oro y es ahí donde los instintos más peligrosos del ser humano, se dejan notar. Avaricia, codicia, poder, dinero, buena vida. A partir de aquí la banda de Stretch se vuelve incontrolable tanto por la visión futura de tan atractivo manjar, como por la chica que aparece en la historia.

Las actuaciones están de sobresaliente. Destacando a varios de forma poco usual en este tipo de películas. Gregory Peck lo borda en ese papel de villano con buen corazón enamorado de la chica y dispuesto a repartir para quedar todos contentos. Anne Baxter es un tío con pantalones, una actuación soberbia, poco femenina, perfecta en su personaje según lo requería la historia. Richard Widmark parece que está hecho para este tipo de personajes, astuto, mentiroso, falso, traidor y con el cigarro siempre a punto. John Russell transmite la tensión que requiere el director, tanto en su trato con los miembros de la banda como en sus encuentros con la chica. Un estupendo James Barton ejerciendo de mediador entre todas las partes, nieta, forajidos, indios...genial.

La fotografía es majestuosa. Han sabido aprovechar todos los exteriores para otorgar a las escenas la realidad que se buscaba, desierto, ciudad fantasma, minas de oro. Es ver la película y ponerte a sudar, se te seca hasta la garganta viendo las penurias de los protagonistas.

Y recalcar que a diferencia de los finales de la época con el típico duelo al sol, William A. Wellman se ha inclinado por el duelo oculto a tres bandas, evitando así el teatrero efecto muerte de los actores.
THE CROW
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