El estallido de violencia final, tras un impás intermedio que quizás se convierte en excesivamente largo, hace que la película resurja como catarsis, como respuesta a ese ahogo existencial en el que te ha sumido durante su parte intermedia y que casi no te da respiro. El In Crescendo violento supone casi un desahogo y permite que empatices de una forma extrema con un personaje marginal con el que te llegas a identificar, sometido por esa presión social que te invade durante toda la película.

Pero quizás uno de los mayores aciertos, en una maniobra cinematográfica tan hábil como retorcida, es el hecho de haber convertido una historia psicológica y de psicopatía en una película sobre un malvado de cómic, un personaje sobradamente conocido y cuyo final no sorprende por tantas veces repetido. Más próxima a Taxi Driver –la presencia de Robert de Niro resulta un absoluto y nunca velado homenaje—o a Alguien voló sobre el nido del Cuco, el Joker de Todd Philips y de Joaquin Phoenix es una película atormentada, intensa y que permanece en la mente del espectador durante días, convertida en una insolente y dura radiografía de la desigualdad social, que convierte las calles de Gotham en un trasunto de un oscuro y sucio Nueva York y que combina con un acierto magistral los comics, el terror psicológico y la crudeza de las psicopatías con un claro alegato antisistema que permanecerá en la retina de los espectadores.

El revuelo creado en torno a la película no ha hecho sino incrementar su retorno. El payaso de pelo verde y ojos azules se convertirá en una rotunda imagen antisistema y de lucha contra la injusticia como en su momento lo fue también la memorable, aunque más cercana al cómic, V de Vendetta. Y todo ello en, simplemente, y en apariencia, una película de superhéroes. En definitiva, una película para ver si, claro está, no te gustan las de Superhéroes a lo Marvel.