Qué esperar de Santiago Segura, un director que después de su éxito con Torrente, no ha hecho sino derivar en intentos de película- por no llamarlo otra cosa- que solo han logrado un producto -extremadamente comercial, claro- a través del cual se transmite un mensaje superficial, sin sustancia alguna.

Aunque se pensaba ( yo también lo suponía) que serviría como mero pasatiempos, no sirve, después de haberla visto dos veces, ni para eso.

Toni Acosta prácticamente no interviene, solo llora, Santiago Segura actua con gran desidia, los niños tienen, juntando las dos películas, unos diálogos repetitivos e incluso predecibles, etc. Estos son, con celeridad, algunos de los rasgos de la película. Sin olvidar el genuíno rasgo de Segura de traer a actores conocidos, claro que esto no sé hasta que punto es bueno, agradable.

Ya debe hacer, Santiago Segura, una acción estoica para revertir, e incluso diría olvidar, estás dos onerosas películas.

Parece que hayan seguido este tópico para hacer la película. Perfectamente enmarcada dentro de su contexto histórico el cual, como no, es la segunda guerra mundial.

Sosegada y enérgica, ostentosa y sobría.
Una película sin excesos, con una trama muy marcada e incluso evidente, capaz de llegar a ser muy interesante en algunas escenas.

Increíble película que no peca, ni siquiera por un momento, de frivolidad y superficialidad. Es, quizás, una de las que más me han marcado en mi exigua y huera trayectoria como cinéfilo. Le doy un diez por ello, porque influyó (nótese el pasado simple) mucho en mi, un estudiante, en aquellos tiempos, tímido y callado que quería estudiar literatura pero no sabía, mejor dicho, no podía, superar esos miedos, esos tópicos.


La película en sí es una oda a la libertad, al pensamiento crítico, que enseña y deleita a partes iguales. Es una película, como dicen los jactanciosos críticos de cine, imprescindible.