A pesar de que se trata de una comedia romántica, escapa en demasía a lo patético que este tipo de películas suelen ser. Esconde en sí detalles poéticos y estéticos bellísimos, y a pesar de que los personajes aceptan sus extrañas soledades, aunque a veces aparece la tristeza usual de la soledad, pero continúan en el proceso de vivir sin buscar grandes respuestas ni soluciones a sus problemas, más bien permiten que la sencillez del día a día siga su curso, esa dirección desconocida que esconde el misterio de la respiración de la ciudad, la típica ciudad-capital latinoamericana superpoblada.
Se encuentran en este film todas las costumbres actuales propias de la ciudad y la tecnología, donde las relaciones virtuales e impersonales pasan a tener preponderancia por sobre las relaciones en persona, sumado a esto se muestra parte del infinito número de posibilidades que existen hoy en cuanto a preferencias, gustos y hobbies, que ofrece el acceso múltiple a la información. A pesar de esto los personajes que viven bajo esta vorágine, intentan escapar de ella a partir de sus extrañas personalidades
Contiene también reflexiones mostradas por medio de monólogos de cada personaje, que fusionan lo filosófico cotidiano con lo cómico, donde uno de estos pensamientos explica el título del film, todo esto provoca que la historia se torne bastante interesante.
El film por cierto, si tiene algo de mágico, que resulta ser la idea central de muchas comedias románticas de índole patética, la existencia de medias naranjas, pero sabe cómo tratar con una exquisita delicadeza ese tema.
Es en resumen, un film distinto, simple pero encantador.

Esta genial obra de Tarantino contiene en sí lo mejor del suspenso en cada escena, si bien juega muy bien con los matices y, en especial, con los efectos especiales de muerte y sangre; existe también un fantástico cambio en la situación de los personajes, y en la expectativa que crean en el espectador a medida que avanza el film, lo cual produce ese placer de encontrarse con lo inesperado.