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España España · Barcelona
Críticas de C Jarmusch
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Críticas 6
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
2 de mayo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“This is the dead land/here the stone images are raised” –escribía proféticamente el poeta T. S. Eliot en 1941. Sus ojos no habían podido ver aún las toneladas de arena que serían transportadas desde Malasia o Indonesia hasta la isla de Singapur, ni los rascacielos financieros elevándose allí donde una vez hubo canoas de pesca y hutongs.

La película comienza con un recorrido por las entrañas de la bestia: la industria litoral de Singapur, uno de los proyectos de ingeniería más ambiciosos de la humanidad. Gracias a estas infraestructuras y a la explotación salvaje del trabajo de miles de hombres, la isla ha aumentado su territorio en un 22% durante los últimos 60 años, metro a metro de arena comprada. Las consecuencias inmediatas de tal labor colosal son: reducción o desaparición de las islas cercanas suministradoras de arena (más de 300 millones de metros cúbicos anuales de suelo vendido), destrucción total de las reservas de pesca y corales, o bloqueo de importantes ríos de la isla. “Recuerdo que todo esto era mar hace 30 años”, dice un personaje. “¿Quién recuerda cómo era esto hace 30 años?”

El film se desarrolla a partir de la figura de Lok, un policía que investiga la repentina desaparición de un trabajador chino en las playas de Singapur. Enseguida descubrirá otra desaparición sospechosa, esta vez de un obrero bengalí. Siguiendo los últimos pasos de estos hombres, Lok se adentra en la asfixia de sus vidas: dormitorios compartidos sofocantes y ruidosos, un capataz cruel que confisca pasaportes, un permanente goteo de accidentes laborales, jornadas de trabajo interminables y la distracción única de un cibercafé de madrugada, comandado por una joven aburrida, y el consuelo de sus videojuegos. Al otro lado, el skyline de rascacielos millonarios y los aviones que aterrizan sobre una sofisticada pista que se abre paso por el océano.

A Land Imagined es una película sobre el terrible trabajo tras los milagros económicos y arquitectónicos de Singapur. Bajo la tierra de las playas artificiales y lujosas hay vidas sacrificadas. El crecimiento económico no conoce límites, como tampoco parecen conocerlo el crecimiento territorial de la isla, la sed de trabajo humano prácticamente esclavo, o el misterioso mundo de internet y videojuegos al cual se entregan los obreros de madrugada. Esta falta de límites se plasma en la fotografía del film, encadenando encuadres de neón y barrocos paisajes industriales en un movimiento de cámara angustiante y sinuoso, que mezcla el pasado, el presente y el futuro en un purgatorio de presencias volátiles –combinación equilibrada del estilo de Wong Kar Way con el de David Lynch y con un toque de nuevo cine negro.

El joven director Yeo Siew Hua mereció, por A Land Imagined, el premio a la mejor película en el festival de Locarno de 2018. No es habitual hallar cine de Singapur, y de tanta fuerza crítica, entre los grandes premios anuales, hecho tal vez relacionado con la sensibilidad de Jia Zhangke, director chino de cine alternativo y presidente del jurado en Locarno. Todo parece apuntar a que Yeo Siew Hua tiene un largo y fructífero camino por delante en el arte de rodar historias sobre el devenir de nuestro mundo.
C Jarmusch
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8
2 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
I’ve been living on the sand
far from promised land.
Colter Wall

La impaciencia que reina en nuestro mundo susurra tenazmente: “Persigue tus sueños, pase lo que pase. Que nadie ni nada te limite. Lo imposible no existe”. Este mantra llega hasta el lejano oeste y se funde con el coraje de los arraigados rodeos.

Ser un gran jinete en el espectáculo de los caballos bravos es el éxito que los jóvenes sueñan, el reconocimiento a su hombría y gloria dentro de la comunidad. Un solo paso más allá de ese paraíso, reservado a muy pocos, se encuentra el desempleo, el alcohol, la precariedad de un cajero de supermercado, las terribles lesiones cerebrales al caer del caballo, una vida anónima de aislamiento en los desperdigados núcleos habitados de Dakota del sur (o en cualquier otra parte del planeta).

Todo el mundo merece poder dedicarse a lo que ama, pero hay amores y amores, y mundos y mundos en los que poder amar. The rider es una historia de renuncia y de serenidad (tal vez esas sean las dos palabras que inspiren más terror actualmente). No se trata de renunciar a la vida, sino a ese deseo ciego y enloquecido que nos lleva a lanzarnos de cabeza y sin límites contra cualquier pasatiempo, promesa deslumbrante o cosa sencillamente insostenible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
C Jarmusch
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7
23 de agosto de 2019
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los primeros episodios de Euphoria (2019), nueva serie de la HBO, atrapan porque plantean problemas reales de forma inteligente y despiertan sentimientos catárticos – al ver esos ojitos del colocón que comienza, a Zendaya caminando por el techo de una fiesta desenfrenada después de una raya, ese barrio fantasmal de clase media…es posible que al espectador le resulte difícil permanecer en el sofá y no lanzarse a toda prisa en busca de unos miligramos de MDMA - . El mal en el mundo no es cosa ajena, somos nosotros.

Pero más allá de esta hybris, la serie hace un esfuerzo por contextualizar y explicar de forma crítica el desarraigo, la crueldad, el sexo deshumanizado, los problemas mentales, las adicciones y los desequilibrios de los personajes, y el trabajo final constituye una representación bastante acertada de muchos de nuestros adolescentes y de sus supuestamente buenas familias. Reconstruir hechos y comprender la historia es imprescindible allí donde las imágenes podrían fascinarnos tontamente.

Jules, la chica transexual de los mil vestidos y sombras de ojos, de citas esporádicas prácticamente cada noche, deseando vivir en la gran ciudad e incapaz de sostener una amistad duradera, describe de forma transparente cómo su vida consiste en perseguir siempre "the next level". Y Rue detalla detenidamente la liberación que experimenta cuando el fentanilo sube y por fin llegan "those two seconds of nothingness". Todos los personajes sin excepción tienen entre ceja y ceja la evasión constante y la volatilidad de sus vidas irreflexivas. Nada más que hacer en este mundo a parte de consumir cualquier cosa (ropa, fiestas, pornografía, deporte, televisión y redes sociales, placer, personas, fotografías que se olvidan, vino, drogas sintéticas...).

El tema no es flor de un día. Más allá de los tópicos sobre el absurdo que se dicen de él, Samuel Beckett ya comenzaba a escribir sobre esta nueva antropología humana en 1950. Sus Textos para nada son una sucesión de voces sin historia persiguiendo siempre algo mejor, solas y enredándose cada vez más en su patético intento de transcendencia:

"Sé de qué se trata, busco ser como el que yo busco, en mi cabeza, el que mi cabeza busca, el que impongo a mi cabeza que busque [...] Arrastrarme un instante libre en un sueño de días y de noches, soñándome yendo, estación tras estación, hacia una última, como un vivo, antes de estar, de pronto, aquí, sin memoria. Desde entonces solo imaginaciones y esperanzas de verme una historia, de haber venido de alguna parte y de poder regresar, o continuar [...] Una pregunta muda, en los ojos de un mudo, de un retrasado, que no entiende, que nada ha entendido, que se mira en el espejo, que mira hacia delante, en el desierto, los ojos desmesuradamente abiertos, suspirando […] que ya no se hable de nadie, ni de un mundo por abandonar, ni de un mundo por alcanzar, para terminar de una vez, con los mundos, con las personas, con las palabras, con la miseria."

Y nuestra Giulia Adinolfi, a finales de los años 70, seguía alertando sobre los peligros para la construcción de cualquier comunidad que suponían el vivir siempre persiguiendo "otra cosa", ser alguien nuevo de repente, cortando raíces, buscando imposibles vacíos y espejismos en el consumo. Ella, lectora de Gramsci y de Pasolini, tan mesurada y reservada como dicen los textos que se le dedicaron tras su temprana muerte, ya lo advertía como una Casandra.

Sin el trabajo arduo y aparentemente poco sexy de comenzar a organizar la vida cotidiana de un modo distinto, quedan pocas cosas. Y podemos intentar mantenernos un poquito al margen, con orgullo y de uno en uno, como cuando la adorable Billie Eilish canta "I don't need a xanny to feel better".
Pero es que a lo mejor sí que necesitamos un chute de Xanax, precisamente porque los personajes de Euphoria no son seres débiles que vivan enajenados y delirando, sino que viven la cruda realidad de nuestro mundo.
C Jarmusch
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8
19 de abril de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el tren, un chico que se sienta delante de mí me lanza ruidosos besos al aire. Al ver que no reacciono amigablemente, le pregunta al chico que viaja a mi lado si es que yo soy suya. En un mundo en el que las mujeres somos objetos de consumo o, en su reverso, cosas que molestan, parece que los asuntos se socializan y se resuelven entre hombres. Yo me sonrojo, y no puedo averiguar si mi vergüenza nace del menosprecio recibido, de mi indefensión fulminante, del azar de haber sido yo la elegida o de una imagen de mí que no controlo.

Brandon - un tipo sin demasiada vergüenza, un seductor - se mueve en círculos desde su moderno despacho hasta su neoyorquino ático de lujo. Compulsivamente pasea los ojos sobre los muslos de la chica del tren, sobre el trasero de la compañera de trabajo, sobre los pechos de una actriz porno en la pantalla del ordenador, sobre el vientre liso y moreno de la prostituta de esta noche, y a todas las encuentra, una por una, igual de sugerentes. Se esnifa una raya, se bebe un Martini, sale a correr, se masturba bajo el agua de la ducha y vuelve de nuevo a su despacho, rindiendo como un hámster en su rueda. Mientras cena con una chica (Marianne) en un restaurante - trámite molesto, dado que él preferiría estar eyaculándole encima en alguna habitación de hotel y no sentado a su lado consultando la carta de vinos - ella, cuidadosamente, le explica que le gusta estar junto a él. Brandon, mirando a la nada, se apresura a sonreír con menosprecio y condescendencia, y le suelta que a él le gustaría vivir en los años setenta. Un poco antes, en 1955, un Hugh Hefner cubierto con un delicado batín de seda inauguraba su revista y su mansión Playboy, proclamándose el primer hombre femenino y feminista, liberador del yugo impuesto por la familia tradicional americana. Decía "nosotros, los nuevos hombres, gozamos preparando cócteles, escogiendo músicas, invitando a alguna chica esporádica para charlar sobre Picasso, Nietzsche, jazz, o para tener sexo [...] ellas no son profesionales, pero aceptan cualquier cosa sencillamente para divertirse". Vivió tumbado en su cama como una cortesana, y los años pasaron factura a su deslumbrante sueño fálico: hace poco, Playboy dejó de emitir imágenes pornográficas debido a incontestables pérdidas económicas, y algunas ex trabajadoras confesaron que su vida no fue una emancipación dorada - explotación sexual y soledad a cambio de mejoras horarias y máquinas de escribir para las secretarias; un piso superior, extensión mental de las fantasías de Hefner y al cual él nunca accedía, que servía de internado para las conejitas y donde, bajo amenaza de despido, aprendían cómo ceñirse a las rectas normas para encarnar a la nueva mujer, tan nula bajo la voluntad del hombre como la vieja; etc. -.

Los efectos del capitalismo patriarcal se abren paso desatando vínculos entre las personas, y pidiendo obstinadamente más. Sussy, la hermana pequeña de Brandon, tras quedarse sin casa y sin pareja, irrumpe en la vida de éste y se instala provisionalmente en su salón. La proximidad de un ser humano distinto, que pide amor, ahoga deprisa a Brandon, y decide abandonar a su hermana para emprender una espiral de entretenidas transgresiones sexuales al más puro estilo cristiano culpable, perdido, por cierto, entre las ofertas infinitas de un mundo suyo que no es más que un mercado sexual. El consumo adictivo de objetos, el impulso de gozar sin sentir jamás el deseo del otro, o el propio, son conductas que no tienen por qué imponer límites. Es por todo esto que la demanda de amor y convivencia de una hermana resulta un límite ingrato para un hombre acostumbrado a tratar exclusivamente con objetos que acogen y reflejan, como tabulas rasas, su propia voluntad. Nadie se libra de verse interpelado y juzgado por el otro, de conocerse a través del otro y de hallar un universo en el otro; la entrega no es una actitud sencilla de sostener.

Sabemos pocas cosas sobre las mujeres de "Shame", tal vez porque, como decía Freud, "un hombre no suele aceptar la pasividad frente a una mujer a no ser que se trate de una puesta en escena que él mismo monta".
Así que, más allá de las escenas, intuimos la desaparición de Marianne, poco dispuesta a entrar en el juego de los mitos masculinos. Vemos el sufrimiento de Sussy, que tampoco escapa a los modos de habitar nuestro mundo, sollozando mientras grita por teléfono a su antiguo novio que no la abandone, pidiendo un abrazo negado a su hermano, accediendo a la emoción de hacer el amor con un nocturno desconocido que la persigue y que mantiene a esposa e hijos dulcemente desinformados de su intrigante vida sexual. Vemos a Sussy poniendo límites de sangre a su vida, desistiendo de formar vínculos con aquellos que, individual y frenéticamente, ya sobreviven solos. Cuando las mujeres molestan y desesperan (como Medea, como las brujas, como cualquiera), Brandon busca hombres con quienes tener sexo, y hasta para recibir una paliza. Únicamente la escena en la que Sussy interpreta una ridícula canción en un concierto emociona a Brandon, que no se perdona las lágrimas y huye aterrado hacia la barra del bar para pedir más bebida.
C Jarmusch
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7
4 de setiembre de 2015
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leo habitualmente que en el Paraíso edénico no existía duda alguna entre las cosas, las relaciones, las palabras y sus significados. Creo que el interés de Ulrich Seidl y sus películas, recordando ahora a Jacques Lacan, se encuentra precisamente en el malentendido y en la difícil búsqueda de sentido, y en ese paraíso cotidiano en el que "toda carta llega a su destino", por trágico que nos parezca.

En Amor (2012), una mujer austríaca deprimida se va de turismo sexual a Kenia, avergonzada y decepcionada entre los ambiguos jovencitos convertidos en gigolós por el colonialismo y las promesas. En Fe (2012), otra mujer desesperanzada se aferra con fuerza a toda suerte de rituales religiosos con tal de fijar la brújula moral de una sociedad traicionera y a la deriva. En Esperanza (2013), una adolescente con sobrepeso persigue el ideal de cuerpo y de mujer en un campamento de verano - y recuerdo ahora como un antiguo amigo repetía sin cesar que "la esperanza jamás ha ayudado a nadie" -. Tres películas y tres persecuciones de paraísos distintos, tres intentos dolorosos de fijar la identidad triunfalmente. Como dice Baudrillard en "El pacto de lucidez o la inteligencia del Mal": "El onceavo mandamiento de los mercados es ¡sé dichoso!".

Hablando ahora sobre Fe (2012), Anna María sabe que la muerte de Dios supone la liberación de toda responsabilidad frente a otro mundo celestial, pero que también conlleva la plena responsabilidad por el mundo terrenal y por aquellos con los que convive, sin redención posible. Por eso Anna María lucha por resucitar a Dios a cada minuto de su existencia, casa por casa en el barrio donde vive, enfrentándose a una inmigrante soviética marginada y borracha, a un señor que padece el popular síndrome de Diógenes y a su resentido marido musulmán, siempre con los mismos rezos y dogmas, sin desencadenar un diálogo real, marmórea y fracasada como la estatua de la virgen que siempre lleva con ella.

Echando en falta un Edén feliz cada vez que Anna María ve alguna cosa que no le gusta, huye, se encierra, se flagela, reza frente a una imagen que siempre la escucha. Tras descubrir una desagradable orgía en un parque, corre hacia su habitación y se duerme tranquila, abrazada a la estampa de Jesucristo. Se enfrenta a las demandas impertinentes de un marido frustrado y misógino rociándolo con agua bendita, porque la prevención del Mal es como la lucha contra una infección microbiana en un mundo predestinado al Bien. Resulta más fácil interpretar un hecho doloroso como una prueba y atención de Dios, y no como una responsabilidad personal, como una mierda contra la que hay que hacer algo y con la que hay que interaccionar. Tras aguantar pacientemente durante toda la película, Anna María azota al Cristo de madera.
C Jarmusch
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