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Críticas de Jose_Lopez_5
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Críticas 384
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
16 de mayo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los retos a encarar al escribir una crítica de "Terminator 2: El día del juicio final" (1991) es la dificultad extrema de aportar novedades. No en vano, se trata de un trabajo que ha sido estudiado, casi diseccionado, con tanta precisión e insistencia, que no creo que quede ya nada ajeno al bisturí de los forenses del cine. Por ello, intentaré evitar cuestiones obvias y técnicas, y me centraré más en el plano emocional, aunque temo que mi misión ya apunta mal fin por su, de nuevo, falta de originalidad.

Porque hablar de "Terminator 2" es hablar, no de una película, sino de la película. Sí, LA PELÍCULA. La jodida, maravillosa y radiante película de James Cameron. La cinta para la cual parecía estar predestinado desde su nacimiento. La obra cumbre en donde se conjurarían todas sus virtudes, pasiones y desbarres mentales desde que, allá por los setenta, se le plantó en sus santos huevos canadienses que él iba a hacer cine. Ni literatura, ni física, ni conducción de camiones ni hostias en vinagreta. Cine, y del bueno. Y si tenía que terminar en la cárcel, que así fuera.

Una película ésta que supuso un punto de inflexión tanto para él como para Schwarzenegger (a reventar de éxito en plenísima época de gloria), para la historia del cine, y para la del CGI. La cinta que llegó para saltarle los dientes con un puño americano a quienes decían aquello de que segundas partes nunca fueron buenas. La obra que demostró que, en plena época del DOS, con un Linux recién nacido, y en mitad del periodo crepuscular de los 8 bits, se podían lograr unos efectos especiales digitales excepcionales empleados con mucha mesura, pero aún más inteligencia.

Pero es que fue más. Fue la cinta que demostró cómo rodar una buena película de acción cuando ya parecía que estaba todo contado; cómo crear personajes que saltaran de la pantalla para adueñarse del acervo popular; cómo forjar una leyenda que luego fue destrozada por los directivos de las productoras; cómo parir un universo potentísimo con solo dos puñeteras entregas; cómo concebir a uno de los malvados más icónicos visto en una pantalla; cómo dejar el listón tan alto, que luego costaría horrores siquiera acariciarlo con la punta de los dedos.

He leído críticas de gente empecinada en ponerla a tirar de la burra, en convencer al resto del mundo de que está sobrevalorada e, incluso, de que es una mala película. Supongo que son las pulgas que vienen con el chucho de la libertad de expresión, a saber, que hay que aguantar las tonterías que la gente quiera decir. Porque hay que ser necio, hay que estar cerrado de mente, hay que tener una visión obtusa del cine y de sus implicaciones, para negar la enorme valía de este trabajo. O eso, o ganas de buscar bronca, que de todo hay en la viña del Señor.

"Terminator 2" es la clase de película que la ves en 1991 y te deja patidifuso. Por lo que se ve, por lo que sucede, por el carisma de sus personajes, por sus líneas de diálogo, por los planos, por la música, por los efectos de sonido, por su ritmo, por escenas que se te graban en la retina a martillazos. Pero es que la ves a finales de los 90 y te sigue pareciendo una virguería. Pero es que la ves a mediados del 2000 y continúa siendo la repanocha. Pero es que la ves en el 2015 y piensas que prácticamente no ha pasado ni un año por ella por su atemporalidad. Pero es que la ves en el 2024, que son 33 años después, y piensas que qué cojones le pasó a Cameron para terminar contando historias de pitufos espaciales.

"Terminator 2" es la clase de película en donde encuentras fallos a tutiplén (de continuidad, de lógica, técnicos) y te la suda. Te la repimpampinfla porque, cuando todo lo demás vibra de forma tan armónica, te importan un bledo las imperfecciones. Un ejemplo, pocas veces logrado, de obra tan bien orquestada que los fallos casi que son una característica más. Porque, sí, hasta la chica más guapa suelta su bolita de caca, y no por ello dejas de adorarla.

En resumen, la película que santificó a Cameron y que logró que un austríaco sin pajolera idea de interpretación cotizase como pocos en Hollywood. Esto es cine en mayúsculas. Y si no estás de acuerdo, reclama a tus padres por haberlo hecho tan mal contigo. Que no, no todo el mundo sirve para tener hijos.
Jose_Lopez_5
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6
5 de mayo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hablamos del repartidor de galletas oficial de Hollywood, Will Smith, tenemos que hablar de "Men in Black" (1997); la película que incrementó aún más su caché, su fama, y su lugar en el mundo como el nuevo negro favorito de América.

Tomando como base una de esas tontopolleces que tanto aman los estadounidenses, "Men in Black" contaba, con mucha guasa y buen ritmo, las aventuras de una organización ultrasecreta, ultrafinanciada y ultraexperta que controlaba a la población extraterrestre en nuestro planeta. Porque, sí, "Men in Black" iba de eso, de inmigrantes extraterrestres sacados de un cómic. Y como entre tanta lenteja siempre se cuela alguna piedrecita, pues también de cómo se le paraba los pies a los que no venían a pagar nuestras pensiones precisamente.

Smith, que acababa de reventar la taquilla con otra película de alienígenas broncos, no andaba muy convencido, pero la protocalva de su señora lo convenció de que aquello le permitiría dejar atrás a su personaje televisivo de una vez por todas. Me refiero, claro, a "El príncipe de Bel-Air" (en España lo titularon así de tontamente). Serie televisiva sobre unos negros forrados y sus cuitas del primer mundo. Honestamente, ahora pienso en cómo me reía y me siento raro. Cosas mías.

Total, que junto al tejano y sobrado de tablas Tommy Lee Jones, Smith se puso a las órdenes de Barry Sonnenfeld para proteger a nuestro planeta desde las sombras. Bueno, desde las sombras y con estilazo, que el traje chaqueta y la corbata eran tan indisociables como las gafas negras. Que antes muerta que sencilla, que diría una jovencísima María Isabel en Eurovisión Junior hace 20 años. Qué cosas, joder.

"Men in Black" lo petó en taquilla. Sus $90 millones de presupuesto pronto fueron recuperados gracias a sus $589 millones. Una jugada maravillosa en unos tiempos en donde todo lo marciano, alienígena o extraterrestre vendía bien. Era buena época para hablar de Raticulín.

A día de hoy, "Men in Black" ha envejecido, aunque no demasiado mal. Su historia sigue funcionando, y la frescura de ser la primera entrega le ha permitido mantenerse dignamente. Incluso su CGI, limitado en cantidad y calidad por los desarrollos de su época, no se convirtió en su talón de Aquiles. Su continuación, sin ir más lejos, no supo controlarse al respecto y, claro, pasó lo que pasó. Bueno, eso y que era directamente un bodrio.

En resumen, mucho antes de que los fracasos y la mala prensa de las hostias televisivas pusieran en su sitio a Smith, y bastante antes de que Lee Jones envejeciera de malísima manera (a este hombre el tiempo se lo ha comido sin compasión), el mundo fantaseó con poder borrarle la mente a los vecinos y lavarles el cerebro a voluntad.
Jose_Lopez_5
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5
4 de mayo de 2024
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Aunque en términos absolutos, y obviando el IPC, "Men in Black III" (2012) fue la más taquillera de las películas de la franquicia (la abominación del 2019 es tan horrorosa que parece ajena al canon), lo cierto es que fue la menos rentable, pues el presupuesto se desbocó. Pero... estoy corriendo demasiado. Rebobine, por favor.

En 1997 Barry Sonnenfeld, Will Smith y T. Lee Jones nos vinieron con "Men in Black", película sobre invasiones extraterrestres en donde Smith y Lee Jones formaban parte de una organización, secretísima a rabiar, que gestionaba las relaciones entre La Tierra e incontables razas extraterrestres. La misma que ponía orden cuando algo se desmadraba. Una idea, inspirada en las leyendas urbanas más conspiranoicas de la cultura yanqui, que supuso un soplo de frescor por su mezcla de acción y humor con un Smith en puñetero estado de gracia.

Al bombazo de aquélla le siguió su continuación, "Men in Black 2" (2002). Pelín tardía para lo esperable, la cinta incurrió con precisión suiza en los pecados de las continuaciones, incrementando su presupuesto y cagándola con ganas. Aunque no perdió pasta, su calidad mermó de forma cantosa, hasta el punto de parecer una mala parodia de la anterior. Incluso su CGI, en teoría más evolucionado, resultó horrible ya por entonces, haciendo de ella un horror con un guion nefasto.

Diez años después llegó esta otra, aunque ahora de la mano de un exgoonie. Uno que, a la chita callando, y tras décadas moviéndose en las sombras, acabó resultando el único de aquellos niñatos de Spielberg que supo convertirse en un buen actor. Josh Brolin, quién si no. Y, oye, nadie lo hubiera dicho viéndolo en aquel papel tan idiota cuarenta años atrás, mira tú.

"Men in Black 3" tardó lo suyo en aparecer y, aunque oficialmente el desastre cualitativo de la segunda no fue el motivo, convencido estoy de que tuvo mucho peso. Porque telita con aquella tontería de principios de siglo. Sea como fuere, ésta pretendió no pifiarla como su predecesora, algo que, si bien en parte logra, no acaba de funcionar del todo.

Para ello hay que tener presente que esta tercera entrega busca volver a los orígenes, pero le sigue faltando la frescura de la primera y, por qué no decirlo, vuelve a sufrir de ese mal endémico que es el CGI que envejece como el mal vino. Porque tiene narices que en el 2012 siguiera sin haber manera de lograr un "chroma" en condiciones o personajes digitales que no chirríen en algunas escenas. Aunque, claro, que se lo digan a "Aquaman y el reino perdido" (2023), con sus muñegotes de plastilina digital.

Otro problema, y no menos importante, es que hay dos personajes que le hacen mucho daño. Y no hablo de Smith y Brolin, sino de Jemaine Clement y de Michael Stuhlbarg. O, si lo prefiere, de Boris "El animal" y del bocazas de Griffin, el tío del gorro de invierno. El malvado y el insufrible secundario cómico metido para arreglarlo todo porque sí; porque él conserva la solución a todos los problemas.

He dicho, y no me cansaré de repetirlo por si alguien de la industria alguna vez me lee, que un malvado debe estar, al menos, tan trabajado como el héroe. Y Boris, para qué engañarnos, es un mal chiste sin gracia. Un macarra zarrapastroso que no tiene ni carisma, ni personalidad ni historia ni nada. Solo quiere matar.

Luego está el coñazo de Griffin, auténtico dolor de huevos que, desde que aparece en pantalla, cae gordo. Y no solo por su patética caracterización medio lela, que sí, sino porque no se calla ni bajo el agua, tan incómoda es su verborrea. Asumo que sobre el papel debió de parecer un personaje genial, pero creo que muchos coincidimos en que en pantalla es un petardo del que, además, no llegamos a saber casi nada.

Porque ese es otro problema: la cinta es una continua persecución que ya no ofrece nada de interés. Casi no se molesta en contarnos nada más sobre los hombres de negro, con la salvedad de un detalle personal que es lo único a destacar. Del resto nos quedamos más o menos igual. Otra invasión y otra vez corriendo de un lugar para otro, pero ahora jugando con el tiempo (véase spoiler 1). Poco interés queda para verla, salvo el nombre de la franquicia.

Decía al principio que, de la trilogía, fue la que más taquilla acumuló, aunque su presupuesto descontrolado, con $225 millones que no sé en qué narices se fue, la dejó muy tocada como inversión. Al menos le queda el consuelo de saber que no fue la peor, porque siete años después rodarían una aberración que ganas daban de sacarse los ojos.

En resumen, la franquicia de los tíos chaqueteados con mal carácter ha sido una cuesta abajo cualitativa en sus más de veinticinco años de existencia. Aunque esta remonta un poco tras el bache de la segunda, tampoco es para irse con la cabeza alta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jose_Lopez_5
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3
28 de abril de 2024
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"Men in Black" (1997) fue una película fresca que surgió durante la moda extraterrestre de la segunda mitad de los 90. Si Emmerich nos trajo una invasión propia del "Space Invaders", Burton marcianos con mucha guasa, y Verhoeven una crítica mordaz al militarismo, Sonnenfeld enganchó a Will Smith y Lee Jones para hablarnos sobre una de esas leyendas urbanas (estadounidenses, por supuesto), sobre conspiraciones del Gobierno con aliens de por medio. Los allí misteriosos hombres de negro (en España ni puta idea, oye). Lo tenía fácil, la verdad, pues Mulder y Scully le habían preparado el terreno, y Smith corría pletórico por su mansión con los bolsillos llenos de billetes tras "Independence Day" (1996).

"Men In Black" combinaba lo manido de las invasiones extraterrestres con la burocracia gubernamental y su tendencia a oficializarlo todo con formalismos absurdos. De esta manera, los hombres de negro de Sonnenfeld lucían un rictus serio, deambulaban chaqueteados, hablaban como funcionarios de Hacienda, y arrastraban un estilo metódico y unas formas empresariales yanquis de mediados de siglo que, por un lado imponían, y por otro provocaban risa contenida. Todo ello con unas dosis de humor bien medidas que permitiesen deglutir lo que no dejaba de ser terrible.

Porque la realidad es que el trasfondo de los MiB es espeluznante. A saber: la realidad es todo mentira; el Gobierno (yanqui, ejem) es en realidad una entidad fáctica que negocia y cobija a seres de otros mundos; una organización suya operando en la más oscura sombra, los "Men in Black", usa tecnologías avanzadísimas para lidiar con tales cuestiones extraterrestres; y mientras, a los ciudadanos se les borra y reecribe la mente, sin ningún límite ni ética, si por un casual llegan a sospechar algo. Al mismo tiempo, incontables alienígenas inmigrantes de variopintas razas residen ocultos entre nosotros, algunos con peores intenciones que otros. Ello deriva en un esfuerzo continuo por mantener el orden, cuando no evitar la destrucción del planeta.

La premisa anterior era tan absurda y exagerada que no se sostenía, por lo que la historia se escudaba en esa organización secreta, dotada de recursos casi infinitos, un personal ultracualificado, y unos medios fantasiosos, para mantener la gran farsa a escala mundial (es decir, EE.UU). A pesar de todo la mezcla funcionó, en gran medida gracias a que Smith y Jones hicieron buen uso de las reglas de las "buddy movies", haciéndonos olvidar que eran dos fascistas, encantados de su trabajo, que formaban un duo tan emblemático como el paranoico de Mulder y el culito prieto de la Scully. La prueba de los lereles, además, no dejó duda: $90 millones de presupuesto, $589 de taquilla. Ahí, en "to los piños". Por ello, cuando en el 2002 estrenaron la continuación, la reacción más obvia fue de asombro. No porque hicieran una, sino por lo mucho que tardaron.

"Men in Black II", sin embargo, fue distinta. Distinta para mal, porque hizo valer aquella máxima de "Segundas partes nunca...". Los productores, con Sonnenfeld de nuevo al mando, volvieron a repetir ese mal endémico de las continuaciones en el cine, remachando con más fuerza aquello que funcionó en la primera entrega; estrategia perfecta para joder una película o estropear un estofado. Porque las recetas, gente, están para respetarlas. Si te dicen una cucharadita de sal, no eches un puñado.

El resultado fue una nueva entrega que incrementó las dosis de humor sin control, tornó la historia aún más surrealista, y dio un mayor protagonismo a un CGI que aún no estaba pulido. Semejante mamarrachada culinaria no acabó bien, pues casi desde el primer minuto la película parecía empecinada en autodestruirse, parodiando casi todo lo que la caracterizó en la entrega anterior. Esto, claro, provocaba malestar (al menos a mí), pues continuamente sentía vergüenza ajena al ver aquello en lo que habían tornado a los personajes, las situaciones y la ambientación. A ello se sumaba un CGI que, año tras año, se veía cada vez peor (en el 2024 se ve fatal), provocando la ruptura de la suspensión de la incredulidad. Porque la MiB del 97, con sus infinitas chorradas, al menos te enganchaba con su propuesta. Esta otra, sin embargo, cada vez que te tiene cerca te arrea una colleja por ingenuo.

Nada de esto le impidió, sin embargo, hacer sus buenos mortadelos, aunque el ratio de rentabilidad cayó: $140 millones de presupuesto, $445 millones de taquilla. Ya quisieran otros trabajos brillar así aunque, ojito, no fueron las cantidades de la primera. Y eso, claro, tuvo consecuencias, como por ejemplo que tardaron una década en sacar la tercera. No obstante, y hasta donde yo sé, esa nunca fue la razón oficial del retraso.

En resumen, otro caso más de una franquicia que la lía parda en su segunda entrega. Es una maldición de la que pocos trabajos escapan. Me quedo con una escena de la anterior entrega (véase spoiler 1).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jose_Lopez_5
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6
30 de marzo de 2024
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Segunda entrega de la chiclosa adaptación de "El hobbit"; material desproporcionado fruto del amor de Jackson por el pecunio, a quien le cambió la vida después de trasladar "El señor de los anillos" a la pantalla una década ha.

El neozelandés, pagadísimo de sí mismo a esas alturas, y convencido él de haber sido elegido por los hados como el único capaz de adaptar las obras de Tolkien (cosa que no podemos negar por ahora), se entregó a la codicia sin control. Primero atacando por la vía legal para que le pagasen aún más por su trabajo en la trilogía anterior y, después, deformando un libro infantil a base de relleno para así volver a hacer caja con otra trilogía. Por lo visto su amor por la obra de Tolkien discurría paralelo al cariño por su cuenta bancaria.

Así, en esta segunda entrega a los protagonistas les sucede de todo, convirtiendo cada pasaje de la novela casi en una pequeña película. Y eso cuando es material de la novela, porque Peter insertó personajes y subtramas nuevas a voluntad. Esto derivó en una extensa aventura con arañas, una circense pelea en barriles deslizándose por unos rápidos, un rollete romático interracial, cuitas políticas locales y, por supuesto, el allanamiento de la Montaña Solitaria. De hecho, para cuando sucede esto último el espectador ya anda bien saturado de aventuras, por lo que algunos nos preguntábamos cuánto faltaba para la próxima parada y fonda.

Sin embargo, lejos de dar un respiro la épica continúa, tocando ahora el despertar de Smaug, quien ya parecía dormir entre los mitos. Un peligro que, pronto, se transforma en uno de los mayores dolores de huevos de la película, no tanto por amenazar a los protagonistas, como por encarnar a uno de los personajes digitales más petulantes, insidiosos y coñazo. Tanto es así que, apenas despierta, ya está dando la murga con su cháchara pretenciosa.

No obstante, y siendo ya lícito entornar los ojos prestos a abandonar, la historia apuesta por otro salto mortal, ahora en forma de una alocada persecución en donde, no solo Smaug luce su insufrible verborrea, sino que también se revela medio lelo por cómo lo torean. Un hecho que domina un tercer acto difícil de soportar, con los protagonistas corriendo como pollos sin cabeza y luciéndose cual saltimbanquis, mientras ejercen toda clase de bricolajes con máquinas abandonadas sin que daño alguno les suceda, aun cuando fuese una triste rozadura.

Al parecer, a Jackson le debió de parecer gracioso que los personajes experimentasen retos físicos propios de superhéroes y capacidades de esquiva inverosímiles. Todo ello frente a peligros que amenazaban sus vidas a pocos centímetros y cada pocos segundos. Tanto es así que hay partes del metraje que orillan la comedia, tan exageradas son las habilidades de los protagonistas y tantas las casualidades que los salvan "in extremis".

"La desolación de Smaug" (2013) es, por tanto, una película que ya anticipa el desvarío superlativo que se nos vendría encima con la siguiente entrega, pues en ella se vislumbran las bobadas y números de circo que Jackson quiso incrustar en estas entregas. Una montaña rusa en donde la acción descerebrada primó sobre los personajes y la historia, en una maniobra que algunos hemos interpretado como una borrachera de soberbia.

En resumen, ha pasado más de una década, y la cinta sigue luciendo como un peñazo empecinado en alargarlo todo para justificar más entregas. Prueba de que hay personas que, cuando triunfan, se creen los reyes del mambo.
Jose_Lopez_5
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