7:19 es una producción cinematográfica sencilla, limpia y buena. Tres palabras que nos hacen reflexionar que no se necesita hacer grandes inversiones en una producción, para saber que el éxito de un filme radica muchas veces en la interacción y los diálogos de los personajes.

Y eso es precisamente lo que logra Jorge Michel Grau, quien sin tanta orquesta ni platillo, nos trae una pequeña pero grande historia de las tantas que se vivieron en los escombros que dejó el Terremoto del 85, en México Capital.

La confianza profesional que este director deposita en dos grandes como Héctor Bonilla y Demián Bichir, deja claro que ambos supieron ponerse en la piel y el dolor de personajes que, empolvados y con lozas encima de sus cuerpos, sacaron fortaleza y valor para mezclar sentimientos y emociones en los últimos minutos de sus vidas.

El suspenso y la expectativa se hacen presentes en la historia de esa tragedia registrada en 1985, en la que el espectador se adentra en ella con los dos protagonistas, pensando en cuál irá a ser el desenlace.

Los diálogos que bajo escombros sostienen Bonilla, quien es el velador de un edificio, que está a días de recibir su ansiada jubilación y Bichir, quien como jefe intenta sostener un respeto de jerarquía, aún bajo escombros, reflejan esas diferencias de clases sociales tan marcadas aún en la sociedad mexicana.

Un ir y venir de palabras de aliento no sólo entre ambos personajes, sino con otros más que siendo empleados en el edificio, se hacen presentes con voces perdidas entre los escombros, se convierten luego en reproches, culpas y hasta perdones entre personas de una clase social trabajadora y aquellos de una clase alta que han abusado de sus privilegios.

7:19 no es la historia completa del Terremoto del 85, pero sí es un interesante e importante fragmento que ya era necesario en la filmografía mexicana, que recoge la reacción humana ante una tragedia en la que la vida y la muerte penden de una hilo fino.

Vale la pena verla...

En estos tiempos y con las nuevas tecnologías, todo mundo, o es periodista o es escritor.
El papel que desempeñaban hace décadas los editores, ha ido mermando en los últimos tiempos con la llegada del mundo digital.
"El editor de libros" es un merecido reconocimiento a esa figura del editor que hace tiempo (décadas, un siglo o más de un siglo) hacía una gran labor en la edición de libros de escritores que tenían talento para escribir, pero cuyas obras se perdían muchas veces entre tantas palabras o ideas de sus autores. Alguien, en este caso un editor, moldeaba ese talento literario de escritores que aspiraban a ser grandes.
La película da protagonismo a Maxwell Perkins (Colin Firth), un reconocido editor de Estados Unidos que publicó novelas de Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald y Thomas Wolfe, éste último también protagonista de la historia, con quien Perkins entabla una relación de editor en jefe pero a la vez de amigo.
Colin recrea muy bien la figura de un editor apasionado por la literatura, con una personalidad seria, discreta y respetuosa, que sabe lo importante que es para su editorial descubrir e impulsar nuevos talentos en el ámbito literario, tal como sucedió con Wolfe, cuya primera obra le hizo ver el talento que tenía el joven escritor para impulsarlo.
El actor Jude Law logra recrear la personalidad excéntrica de Wolfe, aunque en ciertos momentos uno como espectador percibe una actuación algo exagerada, la cual consigue un equilibrio con la actuación de Colin, quien, sin duda alguna, serio y callado, se lleva el papel de la historia.
La película nos hace pensar y reflexionar sobre cuántos grandes editores desconocidos no habrán contribuido a que escritores con el paso del tiempo se hicieran famosos y hasta clásicos, sin que muchos de sus lectores supieran la existencia de estos personajes o historias.
Vale la pena ver la película y reconocer el trabajo del editor, ya que muchos lectores no sabemos que "detrás de un gran escritor hay un gran editor".