Leo en un comentario que esta película no tiene nada, sólo empatía. Suficiente para llamar mi atención. Agradezco a quien no ve nada más que algo tan valioso porque Adam irradia cultura, tradición, feminismo, la fuerza que no daña, sentimientos profundos sin aspavientos, verdad, saber hacer, delicadeza, profesionalidad. Tan bien medidos los tiempos y el ritmo que incluso cuando no ocurre nada en la escena, prácticamente una imagen fija sin dialogo, sin acción, está narrando tan claramente una historia muchas, la de tantas madres y tantos hijos.
Adam es una maravilla que de regalo enseña empatía.

Tradiciones de un país desconocido para la mayoría, un poco de historia, crítica social desde el amor a un país y además nos cuentan una historia sin censuras ni paternalismos, con una justa medida repipi. Buena danza y música, imágenes que invitan a visitar y a conocer desde la verdad y no desde la utopía. Le quedó bonita e interesante la obra a Akin.

Comparando los votos de películas con temática gay comerciales de los últimos tiempos que, reconozco muchas no he vistos por previsibles, ñoñas o aburridas, con los votos otorgados a este Príncipe sólo puedo suponer que un 5 sobre 10 tiene más que ver con prejuicios y gustos (o disgustos) personales ante la sensualidad entre hombres que con el verdadero valor artístico y narrativo de El Príncipe.
Esta película tienen una narración y un punto de vista muy interesante (el drama carcelario ya está representado en abundancia como para no permitirle a alguien la licencia de centrarse en otras facetas humanas), un ritmo preciso, unas actuaciones que ya quisieran para sí muchos ganadores de Oscar y premios varios. ¿El final es previsible? Quizás podríamos llamarlo coherente. ¿Te dan asco las escenas de intimidad entre hombres? Prueba de que hay que seguir progresando y que se necesita más representación (o menos escenas heterosexuales de este carácter. A saber) Podríamos avanzar una milésima más deprisa y no le dolería a nadie. A nadie decente.

Burlarse de un género ya lo hizo en su día Cervantes. Aunque What We Do in the Shadows no llegue nunca a alcanzar el éxito del hidalgo caballero, sería comprensible que para algunos se convirtiera en película de culto.
La idea de seguir a un grupo de vampiros residentes en Nueva Zelanda con cámaras, recuerda a The Office. Las fingidas desvergüenza, la abulia, el desaliño provendrán de muy diversas fuentes y son, en gran medida, las que proporcionan el éxito.
Hay que verla, eso sí, con un ánimo abierto a lo insólito.

De como una pseudo-copia de Woody Allen funciona pero si se analiza en profundidad parece una casualidad -el éxito-. Cristal es tan plano que no se puede achacar al personaje, Ryan notable pero no sobresaliente. Los diálogos del montón. La música previsible, como toda la historia desde las primeras tomas a las finales.
No obstante, lo importante es que funciona el conjunto, supongo.