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España España · Sunset Boulevard
Críticas de Cineaste
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Críticas 125
Críticas ordenadas por utilidad
6
11 de setiembre de 2017
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Secretos y Mentiras encarna el mejor largometraje del británico Mike Leigh, y posiblemente, la cinta más completa del año 1996. El gran acierto de esta película es lograr transmitir, bajo una dirección ágil y eficaz, la cotidianidad de la vida sin excentricidades. Las diferentes historias que nos plantea, son encauzadas en un formato ligero y entretenido, yendo directamente al grano, sin perderse en divagaciones melodramáticas en la densidad de una trama que bien podría haber invitado a ello. Por ello, estamos ante un producto bien acabado, que no empalaga pese a emocionar, que toca la fibra desde una óptica realista y objetiva, y cuyo eje fundamental para convertirse en una gran obra es invitarnos a la reflexión.

"Querías saber toda la verdad, con todas sus consecuencias y por ello te admiro", se escucha en el tramo final de la película...una reflexión que nos plasma el objetivo de la misma, donde más que valentía, parece una invitación a la insensatez, hacia lo osado y peligroso. Y por esos derroteros se conduce un guión inteligente, sencillo y audaz, reflejando los hechos sin los adornos que sí logran transmitir los personajes, que como todos nosotros, están acostumbrados a lucir una capa invisible de superficialidad, de aparente bienestar en una máscara de estilo social aceptable. En este mismo marco destacan las interpretaciones de Timothy Spall y Marianne Jean-Baptiste, aunque el resto del elenco pese a mostrar la naturalidad que exige el film, parece altamente mejorable, sobre todo la figura de una madre demasiado excéntrica y sobreactuada por parte de Phyllis Logan.

Personalmente, creo que la sinceridad está altamente sobrevalorada, que cada uno se tiene a sí mismo y querer dar lecciones de moralismo y ética basados en "haz lo que yo diga pero no lo que yo haga", es un destino escrito para terceras personas, cuando no debería importarnos. Incluso, creo que Leigh juega con ello de una forma sutil: Hortense, es aceptada de buena gana debido a su condición social (aunque parece poco creíble que ella no tenga ningún reproche) y deja en el ambiente la frase "la verdad no hiere a nadie" mientras la cámara se aleja en una conclusión que se parece a cualquier cosa menos a un "happyend". Pese a ello, la película trata de ser demasiado optimista al respecto, cuando realmente, la verdad absoluta sobre nuestras vidas se va a la tumba con todos nosotros. No obstante,si eres de los que siempre están buscando abrir el último cajón del desván, remover la basura y levantar el polvo, esta es tu película.
Cineaste
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6
18 de noviembre de 2015
6 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
1982, año de grandes producciones de ciencia ficción y terror, entre las que destacan: "ET", "Blade Runner" o "Poltergeist", además de "Posesión infernal". Muchas de ellas vienen precedidas del impacto que supuso "Alien, el octavo pasajero", mezclando ambos géneros, haciendo tambalear los tópicos hasta la fecha. "La Cosa, enigma de otro mundo", no sólo absorbe gran parte de la técnica y narrativa de Ridely Scott, si no que rescata para la ocasión aspectos del thriller psicológico que enganchan al espectador en plena trama.

Las bases mas sólidas de Carpenter, se agudizan por la moda de las invasiones del espacio exterior y su buen hacer en escenario distópicos, como vimos en "1997: Rescate en Nueva York". Adaptando la obra de Campbell y el anterior film de Hawks, John es capaz de dotar de sello propio y darle una vuelta de tuerca al género, aumentando las miras claustrofóbicas sobre las relaciones interpersonales y los miedos más primitivos del ser humano.

Comandados por su actor fetiche, nuestro mítico "Serpiente" interpretado por Kurt Russell, el reparto está por encima de la media que podríamos esperar. A eso, le tenemos que añadir la música del inmortal Ennio Morricone y una digna fotografía aprovechando al máximo los escenarios externos y oprimiendo al espectador en los internos. Atrevido se mostró sin duda a la hora de mostrar diversos efectos especiales que te dejarán un nudo en el estómago, aunque insuficiente para mitigar el cuerpo que se te queda con un final antológico. La cosa te espera, puedes acudir a su llamada, pero recuerda que en la Antártida nadie podrá oír tus gritos.
Cineaste
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6
12 de noviembre de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zhang Yimou tiene una especial cualidad para transmitir multitud de emociones personales usando el noble arte cinematográfico impulsado por una coral fotografía y un excelente manejo de la cámara. Sus dotes artísticas las pudimos observar en “La linterna roja” (1991), “Vivir” (1994) o “El camino a casa” (1999), entre otras muchas obras antes de tocar fibra con “Amor bajo el espino blanco”.

Su capacidad para contar una historia sensible sin caer en la sensiblería, hace que apreciemos ese enfoque romántico que transita en mayor medida por el camino del respeto y el cariño antes que caer en las manidas excitaciones de un enamoramiento convencional. Así es como influye en las sensaciones del espectador a través de potentes imágenes impulsadas por el buen trato hacia los personajes, encarnados con gran acierto sobre todo en la muy creíble figura femenina de Zhou Dongyu.

De esta manera apreciamos un drama romántico menos usual de lo que pueda parecer a simple vista, donde da tiempo a realizar un repaso social por la revolución cultural china, en una historia realmente sencilla, pero contada con sutileza y un trato técnico por el buen gusto depurado muy agradecido.
Cineaste
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6
5 de noviembre de 2017
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José Luis Guerín muestra aquí una pretenciosa película que trata de evocar un onírico espíritu poético infantil bajo una trama absurdamente romántica que traspasa todas las fronteras de la sana comprensión mental humana. En un ejercicio visual notable que cuenta con una buena fotografía, el film se torna casi mudo para reflejarnos los sueños emocionales en la búsqueda del amor platónico.

Si bien el concepto técnico sobresale en este largometraje, la extensión de los planos perdidos entre las gentes de Estrasburgo puede acabar resultando un tanto tediosa. No cabe duda de que el espectador participa en este juego de ensoñaciones pasionales y se pierde entre las miradas ausentes de la muchedumbre, tal y como le sucede a nuestro protagonista. Sin embargo, el argumento peca de ingenuo y amanerado, resultado tan poco realista como las perfectas figuras de quienes encarnan a unos personajes que vagan entre las esquinas por las que giran y se pierden los verdaderos sueños. La obra trata de romper barreras, pero acaba siendo una sucesión, presa de las mismas.
Cineaste
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9
1 de noviembre de 2017
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Federico Fellini, que venía de realizar “La Strada” (1954) y alcanzar la fama con “La dolce vita” (1960), logra la máxima expresión técnica del surrealismo italiano con un paralelismo autobiográfico en “Fellini, ocho y medio”, onírica expresión que navega sobre las aguas del realismo en una metáfora laboral que narra la travesía creativa en plena crisis que atraviesa un director de cine encarnado majestuosamente por Marcello Mastroianni.

El éxito se puede resumir en la capacidad de adaptar esta ausencia inspiradora en una obra maestra, con un toque artístico sin igual hasta el punto de tocar la cima cinematográfica en la carrera técnica del director. Barroca y grandilocuente, la película se convierte en bisagra fundamental para su trayectoria –era la novena película del director, de ahí su título -, y como puente de unión entre el neorrealismo italiano con la postmodernidad. Quizás, pueda parecer que al largometraje le falte profundidad argumental, pero cada fotografía alargada en nítidos planos en blanco y negro, muestran las ambiciones, temores, la melancolía y el pensamiento humano en la vida de un hombre y las relaciones para con su entorno. Los traumas, las pasiones, los sueños del ser humano se exponen como lentes de cámara bajo escenarios, reales o imaginarios, que ponen de manifiesto el reflejo de mirarnos al espejo, antes de asomarnos por la ventana, pues como nos indica Guido: “la felicidad consiste en saber decir la verdad sin herir a nadie”.
Cineaste
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