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España España · Somewhere Far Beyond
Críticas de Richy
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Críticas 1.321
Críticas ordenadas por utilidad
8
2 de diciembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de que “Acción mutante” (1993) removiera el dormido panorama del cine fantástico español, Álex de la Iglesia dio el definitivo do de pecho con su siguiente película. “El día de la bestia” no es sólo la mejor película de De la Iglesia, sino que es todo un referente en el cine español y una consolidada película de culto.

El filme cuenta las vicisitudes de un sacerdote (inolvidable Álex Angulo) que ha descubierto que el Anticristo nacerá en Madrid en Nochebuena. Para buscarlo, contactará con José Mari (Santiago Segura), un vendedor heavy de una tienda de discos. En sus pesquisas conocerán también al profesor Cavan (Armando de Razza), un ocultista que presenta un programa de televisión. Este pintoresco grupo será el centro en el que se desarrolla una de las películas más locas, entretenidas y disparatadas que ha dado nunca el cine español, gracias al negrísimo humor que despide y a su absoluta falta de pretensiones.

De la Iglesia hace una sátira de todo: el consumismo navideño, el poder estupidizador de la televisión, el milenarismo, las tribus urbanas y las sectas, demoníacas o no. La crítica se contagia al respetable y es tratada con un extraordinario sentido del espectáculo, ofreciendo un ritmo vertiginoso y llevadero. Las secuencias se suceden sin respiro, pero sin saturar. Eso sí, De la Iglesia no esconde ese gusto por los excesos que le llevaría a perder el norte en sus últimas películas, pero en “El día de la bestia” esos excesos son pinceladas de artista, de maestro de ceremonias en un show de variedades, locuras divertidísimas que sacan lo mejor del humor patrio: la parodia social.

Uno nunca se cansará de ver los aprietos en los que se mete el sacerdote, empeñado en hacer el mal para atraer al Maligno, con esa cara de bueno que no le sale ser malo… impresionante Álex Angulo en uno de sus papeles más recordados, la verdadera alma de la película, rodeado por dos actores no menos inolvidables: un excelente debutante, Santiago Segura, heavy satánico y de Carabanchel, cuyo deje chulesco a lo Torrente le llevaría a ser seña de identidad en el futuro, y Armando de Razza, actor italiano que con su profesor Cavan alcanzó su registro más famoso.

El filme cuenta además con momentos inolvidables que se han quedado grabados en la imaginería colectiva: el abuelo que se pasea desnudo por la casa, el tiroteo en un encuentro con los Reyes Magos, la aparición del macho cabrío, y sobre todo, la escalada por el letrero de Schweppes de la Gran Vía madrileña.

Álex de la Iglesia aún ofrecería dos o tres buenos títulos más antes de comenzar su imparable decadencia, pero siempre nos quedaremos con su mejor obra, aunque sólo sea por recordar a un viejo amigo, Álex Angulo, que nos hizo reír tanto en su momento y que lo seguirá haciendo eternamente. Va por ti, Álex.
Richy
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7
5 de noviembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Delicioso largometraje de un debutante que no lo parece, Duncan Jones, nada más y nada menos que el hijísimo de David Bowie. No es de extrañar por tanto que Duncan, siendo el descendiente de “Ziggy Stardust”, haya crecido en medio de la cultura pulp y la ciencia-ficción haya entrado a borbotones en su vida, como demuestra en esta estupenda “Moon”, repleta de referencias al género.

La historia que narra “Moon” es muy humana, pero no mundana. Un astronauta (grandioso Sam Rockwell) tiene un contrato de trabajo de tres años en los que debe permanecer en una base lunar para controlar la extracción de minerales. Su soledad la comparte con un robot, “Gerty”, que le ayuda en sus necesidades y le pone caritas (emoticonos) según su estado de ánimo. Le queda poco para que su contrato acabe y pueda regresar a la Tierra, donde le espera su mujer, con la que habla de vez en cuando por un monitor. En su última salida con su vehículo rover, tiene un aparatoso accidente que lo deja inconsciente, pero cuando despierta se ve metido en una situación de lo más inesperada y aterradora.

Jones empieza a construir su relato con un hipnótico estilo contemplativo, donde vemos al astronauta vivir su día a día en la estación como lo haría en cualquier lugar de la Tierra. Su soledad conmueve, sus ansias de regresar a la sociedad, a la humanidad, son compartidas por el espectador, y así también el dolor posterior al enterarse de su verdadera condición. Esa parte de la película, en donde se desarrolla la trama principal, está expuesta y resuelta de forma brillante por un guion elaborado y fácil de seguir pero de implicaciones profundas y filosóficas: la soledad, el sentido de la vida, el conocimiento del propio final… concepciones muchas de ellas que recuerdan a las de los replicantes de “Blade Runner” (1982), y no precisamente por casualidad.

El diseño y escenografía van acordes con las intenciones de Jones de hacer una obra realista dentro de los cánones del género. No por ser más humana deja de ser ciencia-ficción, tal como pasaba con “Atmósfera cero” (1981) de la que también bebe unos sorbos. Siguiendo con las referencias, los pasillos de la base lunar no son tan limpios e impolutos como la pulcritud que se veía en “2001: Una odisea del espacio” (1968), sino más bien como la Nostromo de “Alien” (1979). Pero de “2001” también coge algo en el robot “Gerty”, aunque más cercano y con mejores intenciones que el frío “HAL9000”.

Sam Rockwell es otro de los motivos por los que merece la pena disfrutar de “Moon”. Su estilo histriónico y pseudo-cómico viene muy bien a su personaje, ofreciendo grandes momentos y una dualidad interpretativa muy interesante. Una gran baza para una buena película, bastante buena para un debutante aunque sea hijo de quien es. Enhorabuena, Duncan.
Richy
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7
2 de octubre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tercera entrega de la serie Bond, con Sean Connery en el papel que sin duda ha hecho del agente 007 el gran icono del cine de acción y espionaje que hoy es. Guy Hamilton realiza con esta “James Bond contra Goldfinger” una de las obras más míticas y completas de la serie, gracias a la introducción de elementos que se repetirían de forma influyente en el resto de películas.

La misión de Bond (Sean Connery) es la de vigilar a Auric Goldfinger (Gert Fröbe), un contrabandista con una obsesión enfermiza por el oro. Conforme avanza en sus pesquisas, descubrirá que Goldfinger planea algo bastante gordo, por lo que se pone manos a la obra para desbaratar sus planes megalomaníacos.

El filme de Hamilton supone un gran avance dentro de la serie, siendo la representante más pura del espíritu del personaje. Su desarrollo es elegante, fluido y repleto de los clichés propios de la serie, pero con una sensibilidad especial y una puesta en escena notable. Para el recuerdo quedan momentos como la muerte áurea de Jill Masterson (Shirley Eaton), el sombrero cortacabezas de Oddjobs (Harold Sakata), o el láser que amenaza con partir en dos a un Bond mucho más peligroso, mujeriego y elegante que nunca.

Memorable es también el villano, Goldfinger, magníficamente interpretado por el alemán Gert Fröbe, convirtiéndose en el más conocido de los enemigos de Bond junto con Blofeld de SPECTRA. Ya sólo su nombre y apellido indica una influencia de los villanos de seriales televisivos y de cómics, y no en vano deja frases tan mitómanas como “¿Espera de mi que hable? No, Sr. Bond. ¡Yo espero de usted que muera!”.

La banda sonora, del siempre formidable John Barry, hace grandes honores al conocido tema principal. Viene acompañada, además, de la canción “Goldfinger” con la especial voz de Shirley Bassey, alcanzando tal éxito y popularidad que ha llegado hasta nuestros días.

Guy Hamilton legó al cine de espías su mayor representante, y a la historia del cine un icono para recordar. Memorable.
Richy
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6
17 de setiembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dentro de los homenajes, más o menos sinceros, que la ciencia-ficción reciente da al cine de serie B típico y tópico de la década dorada del género, nos encontramos con una elaborada cinta irlandesa que no tiene ningún desperdicio. Jon Wright, quien ya debutara en el género de la comedia fantástica con “Tormented” (2009), ofrece en esta ocasión todo un ejemplo de cómo hacer del cine basura una pequeña joya amorfa.

“Grabbers” cuenta, sin envidiar a los clásicos de los cincuenta, la invasión de unos extraterrestres tentaculares que se dedican a succionar la sangre a todo bicho viviente. Van a dar con sus pegajosos cuerpos a las aguas de un pequeño pueblo costero irlandés, en el que sus habitantes tienen más alcohol en las venas que en una destilería de colonias. Este componente alcohólico resulta ser venenoso para estas criaturas, y a las buenas gentes no se les ocurre otra cosa para salvar sus vidas que permanecer ebrios hasta que aguante el cuerpo, algo que para un irlandés no resulta demasiado difícil…

Este delirante argumento sólo es la punta de lanza de un desarrollo divertido, de conversaciones hilarantes que van de la mano de unos efectos especiales notables y de una fotografía que muestra el maravilloso tono verdoso de Irlanda. El humor que desprende la cinta, zafio, sucio y degradante, resulta de lo más idóneo para combinar las peregrinas ideas de los personajes que combaten la invasión: no es casualidad que el héroe de la película sea un alcohólico fracasado (Richard Coyle). El ritmo que imprime Wright al filme es un tanto irregular, comenzando de forma algo tediosa y, hacia la mitad de la cinta, arrancando con ganas y ofreciendo grandes dosis de comicidad gamberra y alguna que otra escena espectacular.

El conjunto general no inspira nada novedoso dentro de lo que es el mismo guion, resultando una historia realmente simple. Es algo que también imita de alguna forma aquellas insustanciales películas de serie B de programa doble, con el monstruito de turno causando estragos entre los incautos vecinos, pero Wright ha sabido darle el toque de humor y la factura visual idóneas para que “Grabbers” sea algo más que una simple historia de alienígenas hostiles.

Sobre todo, muy entretenida.
Richy
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7
17 de setiembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El prolífico John Badham firmó en 1983 una de sus películas más reconocidas y taquilleras. “Juegos de guerra” contiene un planteamiento novedoso para la época y uno de los mensajes antibelicistas menos sutiles de todas las películas nacidas de la situación de psicosis colectiva que reinaba por entonces. Pero el éxito también le vino por ser una de las películas más entretenidas y mejor hilvanadas de la década.

El filme trata de un genio de la informática (Matthew Broderick, quizás en su papel más recordado) que se cuela sin querer en las entrañas de un superordenador del ejército, el WOPR, creado para hacer simulaciones bélicas y juegos de estrategia en tiempo real. Al chaval no se le ocurre elegir otro juego que el de “guerra termonuclear total”, y el WOPR simula y ejecuta todo el protocolo para vencer al enemigo comunista de un supuesto ataque nuclear. Se inicia así una carrera frenética para evitar que el ordenador provoque una catástrofe…

Desde su inicio hasta el mismo final, Badham propone un thriller informático con una maestría narrativa pocas veces vista anteriormente, y posteriormente, dentro de lo que es el puro cine comercial. Tal es así, que aún hoy en día sigue asombrando la capacidad de “Juegos de guerra” para mantenerte literalmente pegado a la butaca por muchas veces que la veas. El ritmo frenético y la fuerte cohesión de todo el conjunto permite dar todo un espectáculo de puro divertimento, siempre y cuando obviemos sus carencias cinematográficas, que las tiene. Esas carencias no están precisamente en el reparto, con un Matthew Broderick más que correcto, una Ally Sheedy en un papel con todas las probabilidades de ser un incordio cuando hace que sea todo lo contrario, y un John Wood realmente notable.

Badham, aparte del objetivo indiscutible de entretener, planteó el filme como una advertencia a la escalada global de misiles nucleares entre las dos grandes potencias a cada lado del telón de acero, y la facilidad con que cualquier error, por muy estúpido que sea, puede iniciar una hecatombe imparable.

Mensaje claro y entretenimiento en estado puro, no se puede pedir más. Muy recomendable.
Richy
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