Cierto escritor dijo una vez que sus libros no tenían un final abierto porque quería que el lector completase con su imaginación lo que él había empezado. En el cine, lo normal es que el guión de turno desentrañe el final con todo tipo de detalles como si el espectador no fuera capaz por sí mismo de hacerse una composición de lugar y sacar sus propias conclusiones. Y también hay casos como el que nos ocupa.

Uno de los principales problemas que sufren las películas que tienen un asesinato es presentar un número muy limitado de sospechosos, de manera que podremos adivinar con cierta facilidad quién fue el culpable. Golfrid no acierta a repartir el peso y pronto "Tesis sobre un homicidio" deja de tener misterio y, por tanto, deja de atraer la atención. Ese presunto duelo entre protagonistas no existe porque blinda a uno de ellos y es el otro el que se expone intentando demostrar su postura. Ni siquiera la inclusión de Calu Rivero en la ecuación cambia el tempo de una película que, por otra parte, tiene una atmósfera cargada y borrosa que enturbia el producto.

El buen hacer de Darín se contrapone con la anodina interpretación de Ammann, cuyo gran trabajo en "Celda 211" parece un oasis en el desierto si tenemos en cuenta sus últimas actuaciones ("Lope", "Invasor"). El argentino, siempre eficaz, convence como abogado retirado y obsesionado, pero al no encontrar una réplica aceptable, se queda muy solo. Esa lucha entre ambos personajes es el núcleo de este thriller que no se dedica a desenmascarar a un asesino, sino que se adentra en la mente de una persona, de su vanidad y del sentido de la Justicia.

Para aquel que busque una sucesora de "El secreto de sus ojos", sin duda será una pequeña decepción porque carece de su ritmo y determinación,, pero "Tesis sobre un homicidio" es un estimable ejercicio sobre cómo la obsesión puede dar origen a los más oscuros pensamientos

La historia del cine está repleta de personajes que se ven envueltos en circunstancias extrañas por azar o casualidad y cuya resolución está única y exclusivamente en sus manos y en su toma de decisiones. Cary Grant en "Con la muerte en los talones" o Michael Douglas en "The Game" son solo un par de ejemplos en los que el protagonista debe huir y desentrañar la situación por su cuenta porque esperar ayuda será caer en el pozo.

Tiene "Efectos secundarios" mucho en común con éstas, con un guión milimétrico y escrito con precisión de cirujano (obra de Scott Z. Burns, que firmó también el de "Contagio"). Soderbergh pone su experiencia en el terreno para construir esta historia de espejos en la que casi nada es lo que parece hasta que lo es. La contención de la tensión en su primera media hora es genial, construyendo los cimientos de una historia que amenaza durante un buen rato para terminar golpeando después. A partir del hecho desencadenante, el núcleo de la película no hace más que desarrollar lo que se había expuesto. Soderbergh mide los tempos para crear el efecto, creando expectación a plena luz del día, y una vez creado, solo tiene que tirar del hilo para que el espectador le siga.

Ambientada en el mundo farmaceútico, parece sin embargo que Soderbergh no quiere ahondar totalmente en ello y prefiere quedarse a un lado y narrar una historia que se vale de los antidepresivos, pero que no los explota. Esa cierta desgana del director se hace patente en el metraje, pareciendo que quiere quedar al margen de la posible polémica para centrarse en el más puro thriller. Su dirección de los actores es eficaz y saca un gran trabajo de todos, sobre todo de Law, muy convincente en su papel de psiquiatra implacable, y de Mara, ambigua y oscura por su depresión, parece muy frágil durante la película.

Thriller completo que tira de múltiples giros de guión como recurso para diferenciarse del resto, flaquea en su final con una resolución previsible y simple que no desmerece el conjunto, y es una estimable película de un director con amplia filmografía que a veces baja el listón para arriesgarse con proyectos diferentes. Lo mejor es no saber demasiado antes de ver "Efectos secundarios" para que su efecto sea totalmente indicado.

Para todos aquellos que hayan visto alguna comedia de género road movie, el visionado de "Por la cara" será totalmente decepcionante; si, por el contrario, el género es un desconocido (raro, raro), esta película será un liviano divertimento para disfrutar y pasar página.

Esta división tan ligera y sencilla de su público objetivo tiene la misma complicación que el guión de la película. El hecho de narrar el robo de una identidad es solo el comienzo y resulta tan fácil como robar un caramelo a un niño. Tiene poco importancia porque en el fondo lo que interesa a guionista y director es contar ese absurdo viaje en el que el malo no es tan malo y el bueno se deja llevar, aderezado con persecuciones, villanos torpes, negocios turbios y un montón de situaciones muy poco creíbles.

Gordon, que ya había firmado la insoportable "Como en casa en ningún sitio" y había trabajado con Bateman en "Cómo acabar con tu jefe", no podía ni sabía sacar más provecho que el que saca de un pobre y básico guión y de unos actores que por momentos parecen parodiarse a sí mismos de lo excesivos que están. No son malos cómicos, pero parecen pasados de vueltas y sobrepasados por llevar tanto peso en la película. Mención, pero por lo bajo, a la fotografía de un Aguirresarobe probablemente atraído por los cantos de sirena de participar en un producto de Hollywood.

Aun así, se deja ver en la medida que te deje tu propia exigencia, porque si se busca un producto que juegue al despiste has encontrado tu título, pero si apetece una película cuyos personajes hagan algo más que correr uno detrás de otro, deberás seguir buscando.

Antes de ver la película, a uno se le viene a la cabeza, por su temática y su localización, la magnífica "Medianoche en el jardín del bien y del mal", en la que Eastwood daba una lección de detalles, de historia y de drama que para sí mismas muchas querrían. Sin embargo, al finalizar su visionado, la película de Clint ha subido, si cabe, un par de peldaños más.

Esto pasa fundamentalmente porque Daniels ha firmado un film extraño, que vaga entre la coherencia de tratar la posible inocencia de un preso en un estado sureño que tiene sus propias reglas, y el oscuro deseo de narrar explícitamente un drama sexual, grotesco y desmedido ambientado en los farragosos pantanos del interior de Florida. Esta ambigüedad pesa en el guión, que no desarrolla la parte más cerebral y se deja llevar por su vertiente carnal para mostrar turbios asuntos de los personajes.

La violencia explícita genera la convicción de que Daniels se esmera por enseñarnos el morbo que relata el libro en el que se basa la película, y lo hace de manera innecesaria. Muchas veces (qué diría Hitchcock) es mejor insinuar y esconder que mostrar, pero "El chico del periódico" es exhibicionista y no oculta ni siquiera aquellos que debería haber sido ocultado. Más madera para enfatizar el drama, pero que no convence porque es directa y desagradable.

No puede levantar la película un reparto que, por otra parte, es de lo mejor que tiene, con interpretacines vigorosas e intensas que representan lo que se quiere contar. Especialmente activa está Kidman, en un papel arriesgado que lidia con soltura. El ambiente, pegajoso y viscoso, es un personaje más que lo envuelve todo con su calor y que representa la mecha que, posiblemente, prenda la gasolina que todos llevan dentro.

Como "Medianoche en el jardín del bien y del mal" se dedicaba a investigar, a explorar y a preguntar, no tiene casi nada que ver con la que nos ocupa, pero recuerda por la exposición de un lugar misterioso que esconde secretos que es mejor no descubrir. El resto de coincidencias son puro azar del destino.

Podría tratarse de un pedacito de la vida misma, con diálogos jugosos y situaciones cotidianas, pero también podría ser demasiado extenso como para no acotarlo y exponerlo en una película, con el límite de metraje que ello conlleva.

"Si fuera fácil" narra la vida de una familia de cuatro miembros, con sus preocupaciones, sus problemas, discusiones y también con sus alegrías, sus buenos momentos. Quizás nada que no hayamos visto antes, aunque haya sido desperdigado por un puñado de títulos, pero sin embargo todos los personajes son (o parecen) sinceros con ellos mismos y con aquellos que les rodean. La interpretación de los personajes resulta creíble y natural, y parecen estar viviendo experiencias propias.

Apatow imprime su sello personal para cuajar unas cuantas escenas que no solo te sacan una sonrisa, sino que incluso llegan a la carcajada, aunque sea leve. Hace tiempo que el bueno de Judd no presentaba una película con gags que funcionaran, después de haber fracasado en nuestro país con las recientes "Hazme reír" como director o "Sácame del paraíso" como productor. Para ello cuenta con sus colaboradores habituales como Mann (también esposa), Segel (secundario innecesario) o Rudd, que es al que más partido saca porque es la estrella de la película, el centro sobre el que todo gira. También cuenta con un pequeño papel Megan Fox, personaje que podría haber sido más desarrollado.

Película demasiado larga para lo que narra, tiene como puntos fuertes su veracidad a la hora de contar el día a día y unos secundarios de lujo que aportan tanto cono los principales. La crisis de los 40, contada de modo directo y conciso, en la que los silencios hablan bastante más que una contestación fuera de lugar.