Vicky Cristina Barcelona es luminosa, pasional, tópica y romántica. Adjetivos aplicables o no al cine de Woody Allen, lo cierto es que el viaje por España del más neurótico de los cineastas no es la obra menor que se ha dicho que es. De acuerdo que puede no estar a la altura del aliento de gran cine que son, en extremos, Manhattan o Match Point, pero si es una reflexión mucho más profunda de lo que parece de las ansiedades, el deseo y los deseos, el amor, la amistad y las expectativas de gente perdida en la rutina de sus vidas, algo muy Alleninano.
El ocioso viaje de dos americanas abiertas de miras por una idílica y Bellísima Barcelona se convierte en un espacio iniciático en las vidas personales, pasionales, afectivas, y profesionales de ambas tras su encuentro con un amante bohemio y su pasional ex mujer que hará que se amen más a si mismas, con todas sus consecuencias. Allen regala diálogos de vértigo y conclusiones emotivas a todos sus personajes, también a los secundarios dejando que la Bellísima Barcelona sea uno más. Y sus actores, en la impagable versión original de la cinta, recitan con pasión los diálogos y sentimientos de los humanos que les regaló Allen, desde una espléndida y sincera Rebecca Hall (ya apuntaba maneras en El truco final), Johansson, que borda de nuevo su papel de bomba sexual sin saberlo, perdida y encontrada, ingenua e inteligente, que habla poco pero escucha mucho (la tronchante cena en la que conocen a su “guía”), Bardem, con un encanto personal increíble, todo pasión, mimetizado en su personaje, y Cruz, un torrente de vitalidad, gracia y sentimiento que hace que escenas y escenas de la película sean memorables gracias a ella y su alocado y entrañable personaje.
Vicky Cristina Barcelona es una viva y joven reflexión sobre el amor y las relaciones, sobre alternativas que en el día a día no valoramos aunque tal vez nos harían más felices, nos plantea preguntas, nos hace sentir, reír, llorar, entender… Nada de una obra menor.