Todos los ingredientes están ahí. Un paraje al borde de la civilización y sin embargo inhóspito, virus que provocan alteraciones de comportamiento, un Apocalipsis intuido que parte del ejemplo microscópico al generalismo fuera de campo y como, no, una velada crítica a las instituciones, en este caso la familiar, manifestada a través de su destrucción desde la base. Todos ellos elementos que fácilmente podrían remitir al primer Cronenberg y que Tom Shackland intenta explotar en su film The children.

Sin embargo hay una diferencia fundamental entre ambos realizadores: el uso del elemento provocador. Así mientras en Cronenberg todo es un ejercicio de descaro, de romper los códigos morales que el considera pacatos, mostrando explícitamente, y en cierto modo exaltando, los comportamientos de sus criaturas. Una forma de retrato que por momentos supone una auténtica transgresión pero sobretodo una reivindicación de libertad creativa. Shackland, por su parte intenta hacerse eco de este juego planteando una jugada inicial brillante, fría, donde la situación se enturbia a base de detalles, de sutileza, evitando en todo momento caer en un efectismo simplón.

El problema de The Children empieza cuando hay que jugársela en un arriesgado todo por el todo y ser capaz no sólo de inquietar sino que, dada su deriva violenta, además sea lo suficientemente explícita como para provocar una reacción que abstraiga de la ficción meramente contemplativa y sumerja en la opresión del miedo ante lo imposible. Efectivamente los niños, a los que hace referencia el título del film, se muestran como una colectividad enfermiza, sádica, cuya transformación les lleva de la inocencia infantil a una suerte de pureza maligna. Lo que cambia no son las ganas de jugar sino el tipo de juegos. La violencia expresada a menudo como falta de raciocinio se convierte aquí en una calculada rebelión contra el mundo de los secretos y la rabia contenida del mundo adulto. Sin embargo el film se muestra tímido, casi avergonzado de lo que propone y ahorra la visión explícita de los actos más salvajes. No se trata de transitar hacia el gore, se trata de mostrar valor a la hora de llegar a las últimas consecuencias y transitar por la cuerda floja de lo amoral. El resultado final acaba siendo un desangelado thriller de niños violentos, un rutinario ejercicio del género survival que cae en un look de telefilm y cuyo desarrollo se torna previsible en exceso. (sigue en spoiler)