Es lo que tienen las historias misteriosas que crean expectativas que al final a muchos les surgen las dudas y a otros tantos les parecen inacabadas. Rara vez un thriller te satisfará al cien por cien. Habrá momentos en que le verás bien encaminado, evidencias que te decepcionarán e ideas, tuyas, que hubieran mejorado la acción. Esto también forma parte del cine: la interrelación y complicidad con lo que nos están contando, y esto quiere decir que de alguna manera han metido, al menos, medio cuerpo nuestro dentro de la ficción. Esto último es muy meritorio, y sin duda el director es el máximo responsable.

Esta introducción viene después de haberme dando un garbeo por las críticas ya escritas de mis colegas de FA, y ser casi testigo ocular de los efectos causados por la adaptación que de la novela de Harlan Coben ha hecho Guillaume Canet. Me gusta presenciar la admiración, el enfado, el agradecimiento, el "que yo no soy tonto", la ecuanimidad y hasta la retórica ampulosidad del desprecio, conque los espectadores reaccionan a las propuestas del que se lo "curra", sin tener demasiado en cuenta que somos la parte pasiva y que por lo general solo nos queda el recurso del pataleo. Todo este ejercicio mental, esta implicación, justifican por sí solos el precio de una entrada, un DVD o la molestia de una descarga. Pero si además, en el trascurso de la película, te trasladas detrás de la misma ventana desde la que el protagonista ve llover; si huyes con él, como alma que lleva el diablo, convencido de que su vida es la tuya; si te mueres de ganas de avisarle de que ese tío no te gusta ni un pelo; de que tú también habrías querido a esa mujer con la misma pasión...., quiere decir que has mordido el anzuelo y aunque el pudor te pida no decirselo a nadie, no te importe decir que te has enamorado.

Estos circunloquios literarios quieren decir, básicamente, que me ha gustado este film noir francés porque cuenta con muchos de los elementos desgranados con anterioridad; al margen de posibles influencias y momentos reconocibles. Y por supuesto, el ninguneo del buen cine para dejar pasar los productos industriales de consumo para los "tele-adictos-basuriles", es tan letal para los intereses del verdadero arte como el happy-end, que ya profetizara el inmortal Tomás Gutierrez Alea.