David Frost era un periodista sensacionalista y "bon vivant" que fue elegido por Richard Nixon, y su equipo de asesores, para ser deglutido en una entrevista y servir de trampolín al ex-presidente, tres años después del escándalo de las escuchas ilegales (Watergate), en su vuelta a la vida pública. La categoría dialéctica de Nixon; adornada con las demás "virtudes" de un buen político, a saber: convertir la mentira en dogma de fe, tomar decisiones como se toma un Jerez, ampararse sistemáticamente en la falta de pruebas ante cualquier acusación, hablar durante horas sin decir nada pero con la cadenciosidad suficiente para adormecer al oyente, etc..; prometía una victoria por goleada del viejo zorro. Pero resultó que el maestro de la evasión y el oscurantismo tenía un defecto, y es que era humano. A los animales inteligentes, algunas veces, pocas, les pica un mosquito que inocula un parásito en estado larvario, de breve existencia afortunadamente, capaz de provocar al eclosionar inexplicables reacciones febriles que llevan incluso a estados muy próximos a la sinceridad y la conciencia.
Posiblemente esto fue lo que le sucedió al trigésimo séptimo presidente de los USA y lo que salvó al incauto periodista; ¡que ya les vale, con todos los avances que tienen, y no haber vacunado al jefe de los fontaneros!.

Frank Langella (Nixon), hace creíble y aborrecible a este idólatra del poder que llegó a gritar públicamente su superioridad sobre el resto de los mortales, colocándose al margen de cualquier ley y justificando su anómalo posicionamiento. Cosa que por cierto siguen haciendo muchos líderes mundiales. ¡Ah, pero como no hay pruebas (porque las dinamitan), se siente!