El sur de los USA, tal vez por cosas que tienen que ver con la situación geográfica, económica, cultural o climatológica (o por todas a la vez), es un lugar en el que las pasiones de sus habitantes se manifiestan de forma volcánica y las relaciones entre las personas, sobre todo si son del mismo clan afectivo, se convierten en auténticos tratados sociológicos.

No hay aspecto o sentimiento de esta familia sureña que no sea trasladable a cualquier región del mundo, pero su extremo dramatismo, su catártica vehemencia, el calor que no procede del sol sino del infierno y la impresión de que la lluvia no alivia porque el agua es caliente, se acentúa en unas tierras inhóspitas en las que la insolaridad siempre fue un arma defensiva.
Tal vez este individualismo, arrastrado a lo largo de generaciones, se ha convertido en el gen resistente de la infelicidad. El clon conservador resultante es muy fuerte, aglutina más negatividad cuanta menos sensibilidad y solo tiene de humanas las pulsiones animales: sexo y posesión. El individuo más aprovechable, desde el punto de vista antropológico, sería el más defectuoso: el que sufre, el que bebe, el que aún ama.....

Los valores (positivos y negativos) que desgrana esta estupenda obra de Tennessee Williams, en manos aquí de un más que recomendable adaptador (Los Hnos Karamazov, A sangre fría, Dulce pájaro de juventud, el fuego y la palabra..) de nombre Richard Brooks, no son solo creíbles, sesenta años después, siguen estando latentes; y la lucha contra el egoísmo sigue produciendo más víctimas que beneficiados entre quienes siguen creyendo en el ser humano.