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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
7
Drama David, un niño coreano-americano de 7 años, ve cómo a mediados de los años 80 su vida cambia, de la noche a la mañana, cuando su padre decide mudarse junto a toda su familia a una zona rural de Arkansas para abrir allí una granja, con el propósito de lograr alcanzar el sueño americano. (FILMAFFINITY)
15 de abril de 2021
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me gusta mucho lo que propone Lee Isaac Chung con Minari. Historia de mi familia. Es una historia dura que sabe cuándo y cómo ser entrañable y, sobretodo, sabe acercarse y conectar con su público. Un trozo de vida en el que los sueños se apagan, pero son capaces de volver a brillar con la fuerza de un incendio. Pero no son sueños genéricos. El realizador, de ascendencia coreana, emplea una de las mayores mentiras del capitalismo, esa burda definición motivacional en la que solo los pobres caemos cegados por la esperanza de una vida digna, para los estadounidenses bautizada como 'el sueño americano'.

El director recrea esto en una película de corte costumbrista donde la crítica socio-política nace de la necesidad de una familia coreana con vistas a conseguir, con dedicación, esfuerzo y renuncia, una vida apacible y dignificante que poder legar a los más pequeños. Pero nada surgido de la necesidad es bueno para nadie, y esto lo sabe muy bien Chung a la hora de que nosotros intimemos muy profundamente con sus personajes que, al fin y al cabo, no se alejan nada de la patética realidad que nos ha tocado vivir en una sociedad cada vez más deshumanizada a la que, o perteneces, o te descartan. Es de esa necesidad y de esa forma de 'salirse del rebaño' con lo que el director hila el argumento de Minari con dos narraciones paralelas que manifiestan la perspectiva adulta, Jacob y Monica (Steven Yeun y Han Ye-ri respectivamente) y la perspectiva de un niño, David (Alan S. Kim), solapándolas en pos de crear un íntimo y realista retrato familiar desde el que reflexionar sobre un sistema que ha condenado a la clase obrera a ser las simples ovejas de un pastor cruel que las condena a sufrir, como también condenará a sus corderos, y a los corderos de los corderos. Chung expresa gráfica e irónicamente esta idea colocando en el hogar de nuestros protagonistas un cuadro de Jesús pastoreando a su rebaño.

Las formas de presentar todo esto, en cierta manera, me recuerdan a los intensos dramas con los que el genio japonés Yasujirō Ozu emocionó al mundo entero a través de títulos como Cuentos de Tokio (1953), en el que, como en Minari, se sigue a una familia que tiende a la autodestrucción por culpa de las actitudes de unos y de otros para afrontar una vida condicionada por un sistema que motiva la falta de comunicación, la falta de tiempo, la falta de sentimientos... siempre por el trabajo y por esa inducida necesidad de ser útiles para la sociedad. Como cuando escogemos una carrera, para la que se tiende a dar más importancia a su utilidad de cara al mundo laboral antes que a la pasión que genere.

Es una película que te da palos para luego acariciarte. Desde el primer momento sabemos que nada va a ir bien, es más, que va a ir incluso a peor. Entonces, ¿por qué es tan bonita? Porque es una película de momentos. Los momentos más dulces y humanos, los sentimientos más puros son capaces de hacernos más fácil este duro y laborioso trabajo llamado Vida. Una abuela jugando con su nieto, una madre ayudando a su hija o una sentida confesión que, aunque no sea verdad, te calma. Sí, la abuela y la madre son, en realidad, Soonja, absolutamente espectacular Youn Yuh-Jung. Esa abuela que 'no parece una abuela de verdad' no solo funciona increíblemente como alivio cómico para destensar el dramatismo, sino que también nos brinda las escenas más cautivadoras de toda la película arrasando con toda clase de estereotipos a su paso, así como llevando el noble mensaje de Chung hacia los demás personajes.

Una película que, en su humildad, también afronta ese choque cultural. Aunque no es un choque. Es más parecido a una absorción. Aunque esté grabada casi en su totalidad en coreano, la cultura coreana está hechizada por América. La nueva generación habla Americano, más útil en Arkansas que en Corea del Sur. La antigua ni si quiera recuerda sus raíces, no les hacen falta ahora. Rezan a Dios y van a misa, más favorable en un país cristiano. Todo esto, una vez más, lo pone sobre la mesa nuestra entrañable abuela lanzando contra ella una carta de godori al grito de '¡bastardo!'

Con alma y, más que nada, humana es como definiría está bonita obra en la que Steven Yeun demuestra su impresionante maduración como actor capitaneando una producción tan importante como la apuesta de A24 sin obviar el enorme talento de Alan S. Kim y la absolutamente brillante actuación de la mujer que ha enternecido a Hollywood: Youn Yuh-Jung. (7.5).
Tiggy
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