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Voto de Tony Montana:
8
7,8
8.548
Drama
En el Japón medieval, devastado por las guerras feudales, un vulgar ladrón es elegido para sustituir a un poderoso señor de la guerra, que acaba de morir. (FILMAFFINITY)
2 de octubre de 2008
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es realmente deprimente tener que hablar acerca de la dificultad que tuvieron los grandes genios de la historia del cine para realizar nuevos trabajos a edades avanzados, lo que para muchos supuso la muerte en vida. Ante esto no es de extrañar la profunda depresión en la que se sumió Akira Kurosawa al ver que, apenas unos años después de ganar el Oscar con la sombría Dersu Uzala, no conseguía encontrar quien le pagase una nueva película. Por suerte Lucas y Coppola le financiaron Kagemusha, la cinta que, definitivamente, provoca una escisión en su filmografía y lleva su ferviente occidentalismo hasta un punto que nunca antes había alcanzado, tratando de convertir una idea tan japonesa en algo al alcance del mundo entero, lo que provoca que, a pesar de ser una obra de gran calado estético, cuya belleza plástica es innegable, sea irregular y no se la pueda colocar a la altura de sus grandes cintas, pero, sin embargo, sí pueda ser vista como un adelanto de su última gran obra maestra, el impresionante fresco shakespiriano que era Ran.
Y es que ese espíritu del primer Kurosawa es difícil de ver aquí. Nos encontramos ante un realizador más pesimista, con un mensaje de un excesivo malditismo, y que se regodea en la crueldad de la vida, borrando la imagen capriana que dejaba en la monumental genialidad Ikiru. Aquí esa luz al final del túnel ya no existe, la vuelta atrás no se contempla como una opción y el destino nos marca desde la misma cuna, bien visto el ejemplo del nieto de Shingen, y la épica esta ligada a un sendero tenebroso, puesto que ya no hay aventura, las batallas son una muestra de fuerza mental e icónica, como la representada por el espíritu de Shingen y su imagen representada con el semblante de su doble Kagemusha. Parece querer transmitir toda la maldad que el mundo le ha dado a él, el resumen de toda aquella espiritualidad que siempre ha habitado el cine del maestro japonés, desde Rashomon hasta Barbarroja, hasta llegar a un epílogo lleno de rabia, con una profundidad digna de alabar, puesto que, a pesar de que sus personajes no tienen profundidad psicológica alguna, si no que son un mero recuento de virtudes o defectos, y todo ello por la enésima potencia, abriendo un abanico intimista y psicologista en la línea de David Lean que ya se intuía con Dersu Uzala, aunque, no obstante, esta sí tenía el regusto del viejo realizador de Yojimbo, Sanjuro o Los siete samuráis, maravillosos alegatos en favor del cine comercial y de evasión.
Y es que ese espíritu del primer Kurosawa es difícil de ver aquí. Nos encontramos ante un realizador más pesimista, con un mensaje de un excesivo malditismo, y que se regodea en la crueldad de la vida, borrando la imagen capriana que dejaba en la monumental genialidad Ikiru. Aquí esa luz al final del túnel ya no existe, la vuelta atrás no se contempla como una opción y el destino nos marca desde la misma cuna, bien visto el ejemplo del nieto de Shingen, y la épica esta ligada a un sendero tenebroso, puesto que ya no hay aventura, las batallas son una muestra de fuerza mental e icónica, como la representada por el espíritu de Shingen y su imagen representada con el semblante de su doble Kagemusha. Parece querer transmitir toda la maldad que el mundo le ha dado a él, el resumen de toda aquella espiritualidad que siempre ha habitado el cine del maestro japonés, desde Rashomon hasta Barbarroja, hasta llegar a un epílogo lleno de rabia, con una profundidad digna de alabar, puesto que, a pesar de que sus personajes no tienen profundidad psicológica alguna, si no que son un mero recuento de virtudes o defectos, y todo ello por la enésima potencia, abriendo un abanico intimista y psicologista en la línea de David Lean que ya se intuía con Dersu Uzala, aunque, no obstante, esta sí tenía el regusto del viejo realizador de Yojimbo, Sanjuro o Los siete samuráis, maravillosos alegatos en favor del cine comercial y de evasión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Por contra, esta línea narrativa provoca el hastío en algún que otro momento, siendo su densidad su mayor desventaja, ya que Kurosawa con el paso del tiempo fue perdiendo ese estilo cargado de vitalidad y esa claridad narrativa para detener su cine y convertirlo en algo pausado, incluso farragoso, lo que puede hacer que, al potenciar las virtudes intimistas, ahogue la narración y haga que el espectador no sólo se pierda dentro de la historia, si no pierda el interés en la película, y que termine destacando el aspecto visual por encima de la historia cuando el director se había caracterizado por la transparencia narrativa de su cine, permitiendo al espectador vislumbrar el desencanto con que el gigante del cine japonés contemplaba ahora la vida.
Aquí, el director de El perro rabioso reúne toda la fuerza de la literatura shakespiriana y construye un drama en donde, al igual que el genio inglés, ataca la megalomanía, representada en Katsuyori, hijo del señor, quien busca usurpar el trono, impidiéndoselo a su propio hijo, verdadero heredero designado por Shingen. Dentro de este personaje nos encontramos con todo aquello que siempre ha provocado las mayores caídas: la ambición. Siguiendo esa regla de que todo aquello que sube tiene que bajar, Kurosawa ejemplifica un perfecto retrato de la irracionalidad, en contraposición con las ideas que había transmitido el sabio Shingen. Es especialmente aclaratoria la escena en la que el hijo habla con su consejero y este le cuenta que su difunto padre le impide usar su emblema de la montaña, y en la mágica y terrorífica secuencia de la batalla final todo queda explicado por qué. A raíz de ello, nos encontramos con otro de los puntos fuertes de la cinta, la reflexión y el análisis acerca del poder y todo lo que ello conlleva, la devastación que provoca y la inutilidad, en ocasiones, de todo ello, y los peligros que conlleva la incapacidad de un gobernante. Es importante el grupo que rodea a la cabeza visible, ya que los consejeros pueden mover más que un verdadero rey, y es lo que ignora el irreflexivo Katsuyori, que actúa encolerizado por el orgullo y la prepotencia de tener al mayor ejército a su favor, sin contar con que el lema de los cuatro elementos es lo que había hecho grande a su padre, pudiendo interpretarse como un alegato democrático del realizador. Por contra, el desarrollo de Kagemusha es algo débil, y se desaprovecha muchísimo el retrato que se podía hacer de su búsqueda de la identidad y la pérdida de su vida para vivir una mentira, ya que la historia se centra más en las esferas de poder y la codicia que en el verdadero protagonista de ella, el cual termina consumido con su propia leyenda en la batalla final, una vez que, muerto el alma, el recipiente importa más bien poco.
Aquí, el director de El perro rabioso reúne toda la fuerza de la literatura shakespiriana y construye un drama en donde, al igual que el genio inglés, ataca la megalomanía, representada en Katsuyori, hijo del señor, quien busca usurpar el trono, impidiéndoselo a su propio hijo, verdadero heredero designado por Shingen. Dentro de este personaje nos encontramos con todo aquello que siempre ha provocado las mayores caídas: la ambición. Siguiendo esa regla de que todo aquello que sube tiene que bajar, Kurosawa ejemplifica un perfecto retrato de la irracionalidad, en contraposición con las ideas que había transmitido el sabio Shingen. Es especialmente aclaratoria la escena en la que el hijo habla con su consejero y este le cuenta que su difunto padre le impide usar su emblema de la montaña, y en la mágica y terrorífica secuencia de la batalla final todo queda explicado por qué. A raíz de ello, nos encontramos con otro de los puntos fuertes de la cinta, la reflexión y el análisis acerca del poder y todo lo que ello conlleva, la devastación que provoca y la inutilidad, en ocasiones, de todo ello, y los peligros que conlleva la incapacidad de un gobernante. Es importante el grupo que rodea a la cabeza visible, ya que los consejeros pueden mover más que un verdadero rey, y es lo que ignora el irreflexivo Katsuyori, que actúa encolerizado por el orgullo y la prepotencia de tener al mayor ejército a su favor, sin contar con que el lema de los cuatro elementos es lo que había hecho grande a su padre, pudiendo interpretarse como un alegato democrático del realizador. Por contra, el desarrollo de Kagemusha es algo débil, y se desaprovecha muchísimo el retrato que se podía hacer de su búsqueda de la identidad y la pérdida de su vida para vivir una mentira, ya que la historia se centra más en las esferas de poder y la codicia que en el verdadero protagonista de ella, el cual termina consumido con su propia leyenda en la batalla final, una vez que, muerto el alma, el recipiente importa más bien poco.