En 1968 el carismático y complejo director polaco Roman Polanski dirige uno de sus mejores films, "La semilla del diablo".
Con este film Polanski, a su manera, reinventa el cine de terror.
Ya no se precisa de un escenario tétrico, ni de un castillo oscuro y sobrecogedor. Tampoco hacen falta tormentas o que la acción se desarrolle de noche. Incluso es posible crear una de las mejores películas de terror sin crear personajes siniestros. Es posible tener al espectador en tensión ambientando la película en un edificio de apartamentos de Nueva York, a la luz del día y con personajes aparentemente normales, que en lo más tenso del metraje se preocupen de que un cuchillo clavado en el parquet deje marcas.
Polanski basa el terror del film "creando" una atmósfera especial que va envolviendo más y más al espectador a medida que la película avanza. El resto lo pone el propio espectador, que se deja seducir por la cámara del director.
De esa revolucionaria forma de filmar sale un film muy valioso, tras el que el género de terror dejó de ser patrimonio de escenarios espeluznantes para pasar a desarrollarse en la casa de al lado, o en la de uno mismo, nunca se sabe...