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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Terror Nueva Inglaterra, 1630. Un matrimonio de colonos cristianos, con cinco hijos, vive cerca de un bosque que, según las creencias populares, está dominado por el mal. Cuando el hijo recién nacido desaparece y los cultivos no crecen, los miembros de la familia se rebelan los unos contra los otros: un mal sobrenatural les acecha en el bosque cercano. (FILMAFFINITY)
16 de mayo de 2016
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cumplido el trámite de las referencias —parece que, como en el mercado (de carne) laboral, sin ellas una reseña lo es menos—, en su caso a “Das weisse Band” (La cinta blanca, 2009) de Haneke y “The Village” (El bosque, 2004) de Shyamalan, pasemos a hablar de las no pocas bondades de este, como reza el subtítulo, “cuento de Nueva Inglaterra”.
Ante todo, cabe aclarar, por si los precedentes arriba citados no fuesen lo bastante ilustrativos, que “The Witch” no es una película del terror al uso, o más bien, a lo que la deriva última del género nos ha venido acostumbrando. Me gustaría creer que obras como ésta o “It Follows” (ídem, 2014) han enterrado por siempre jamás el barato recurso al susto fortuito y las estridencias sonoras, recuperando para la causa al espectador de inteligencia mediana. Aunque mucho me temo que no sean sino dos excepciones en mitad del páramo desolador.
La iniquidad, esquiva y multiforme, llegada de los bosques con el fin, un tanto caprichoso, de hacer la vida imposible a la familia protagonista, constituye un inmejorable mcguffin para que el debutante —y muy prometedor— Robert Eggers reflexione sobre lo que verdaderamente da miedo en “The Witch”: el fanatismo de aquellos primeros peregrinos, “las manos que construyeron América” a las que cantaran unos U2 transidos de sonrojante épica.
Expulsados de la metrópoli por su religiosidad recalcitrante, puritanos enfebrecidos de superstición como los de esta historia fueron quienes establecieron los cimientos del actual faro moral de occidente. Lo cual, convendrán conmigo, resulta infinitamente más perturbador que el florilegio de niños ojerosos de ultratumba a que ha quedado reducido el cine de terror.
También pone leguas —años luz— de distancia entre “The Witch” y la plaga contemporánea de bodrios truculentos un ritmo pausado, moroso casi, que la emparenta con la esperanzadora “It Follows” antes mencionada. Igual que en aquella, el horror se cocina a fuego lento, sin prisa pero sin pausa, hasta alcanzar un punto de ebullición no por esperado menos impactante.
Mención aparte merece la fotografía a cargo de Jarin Blaschke. Los plomizos exteriores, el tenebrismo de los interiores y los minuciosos encuadres remiten poderosamente a la pintura del siglo de oro holandés. Un pictoricismo conspicuo y sin complejos que, insisto, hace volar a esta bruja muy por encima de tantísimos otros subproductos en que la mayor dotación presupuestaria no alcanza a paliar la escasez de talento. Aquí, en cambio, ha sucedido todo lo contrario. ¿Milagro o nigromancia?
Carorpar
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