La dicotomía que se presenta en la película entre la brutalidad y la apatía que se da en el ambiente del matadero con la sutileza de la apertura de los sentidos que se lleva a cabo entre los personajes hace que de por sí merezca la pena ver esta obra la cual nos presenta a dos personajes, que con tienen dificultades para relacionarse (físicas y psicológicas) pero que pese a ello logran un punto de conexión a través de los sueños, un guion que en principio podría ser considerado inverosímil, gracias al manejo de cámara y de los colores de la directora le permite salir a flote dejando un buen sabor al terminar la película.
Particular mención merece el desarrollo del personaje femenino a quien vemos crecer y desarrollarse a través de los minutos, a través de sus ojos o de su pensar podemos avistar la complejidad del vincularse con otros seres humanos, las expectativas frente a las realidades de las relaciones, valorando el trabajo de la actriz quien en todo momento maneja al personaje en especial respecto a su gesticulación (o falta de ella) lo cual le da un toque de realismo y frescura a la obra, también aplauso a la directora por la manera de contarnos la historia lejos del empalagoso exceso en el que suelen caer este tipo de películas.
En un ambiente del cine tan condescendiente esta película es un soplo de aire fresco para el panorama general, alerta para quienes sean veganos o sensibles al dolor animal abstenerse de verla debido a algunas imágenes que puedan ser impactantes.