Nada más empezar, ya huele a cadáver, gracias a la acompañante de nuestro sargento glacial: oh, la pobre, está muy cansada. Por lo tanto, la primera risa y primer comentario vendrá con el susto en el túnel: la señora, una supuesta súper experta en submarinismo y espeleología, entra en un ataque de pánico brutal al engancharse en una roca durante dos segundos. Mamma mía, seguro que mintió en el currículo. Y su muerte ya, la rehostia, el tipo le da aire, y luego decide dejarla tirada y que se muera. Y aquí todo empieza a oler a chamusquina: ¿por qué no la lleva hasta arriba mientras van respirando? No, que es un lastre, en fin.

Pero los lastres seguirán: primero el pobre guía, al que arrastra la corriente. El hijo quiere salvarlo, pero el padre sentencia: ¡No! Que tiene todos los huesos rotos (sin examinarle ni dejarle hablar) y luego lo ahoga para que no sufra.

Luego la novia tonta del jefazo no se quiere poner el traje de la muerta, y allí firma su sentencia (menos mal que había ascendido al Everest y conocía las situaciones extremas). Se engancha el pelo y muere de forma subnormal. Y claro, sabes que debe ser un fantasma, porque en un ascenso al Everest habría durado menos que una vieja de 80 años con insuficiencia respiratoria.

Pero todos estos cadáveres (Ramones lover incluido, pobre desgraciado) no eran suficientes, y así la cosa habría tenido algo de novedad: que se salvara el padre heroico. Pero no, ya basta de intentar que alguna parte de este guión no estuviera prefabricada: el padre tenía que morir, y lo hace traicionado por su amigo ricachón, al que le dejó muy dolido que, al morir su novia de aquella forma, el otro dijera: bueno, una imbécil menos, me la suda la **** (que no lo dice, pero se intuye). Atormentado por sus actos, el rico decide suicidarse a su manera, y el hijo sale de la cueva y aprende una valiosa lección en la vida: no te metas en cuevas subterráneas si los que te rodean son incluso más idiotas que tú. FIN

Ah, y todos sabemos quién es el auténtico malo y causante de la masacre: EL HOMBRE DEL TIEMPO. Nunca te fíes de sus pronósticos.