Tras mucho tiempo vuelvo a visionar este clásico del cine. Cómo en su momento, me vuelve a emocionar profundamente al mismo tiempo que hace que se me escape alguna que otra risa. Es una de esas películas que te provocan ese positivismo y que hacen reconciliarte con la condición humana. Precisamente ésto es lo que busca Giuseppe Tornatore, y lo logra con creces a través de una historia perfectamente contada.
De forma magistral recorre el paso del tiempo, experimentando todo tipo de sentimientos a medida que transcurre la vida del protagonista. Desde la inocencia, la amistad, el amor, hasta la madurez, la nostalgia... y todo ello en torno al cine de un pequeño pueblo italiano.
La historia recorre la vida de Salvatore a modo de flashback, pasando por tres etapas interpretadas cada una por distintos actores. Desde la niñez, la etapa más divertida de la película, nos descubre a un pequeño niño (Totó) interpretado de forma genial por Salvatore Cascio. Éste conoce a Alfredo, operador de cine, con el que comienza una maravillosa amistad y en la que se suceden situaciones muy divertidas. Poco a poco va enseñándole su trabajo en el Cinema Paradiso y a partir de aquí comienza esa pasión por el cine. Totó se convierte en el hijo que nunca tuvo. En la segunda etapa Salvatore empieza a experimentar el amor y los problemas relacionados con la adolescencia hasta que abandona el pueblo para labrarse un futuro, hasta llegar a la etapa adulta para finalizar esta fantástica película.
Y toda la historia se produce en torno al Cinema Paradiso, un cine que se convierte en el epicentro de ese pequeño pueblo italiano. Ese hermoso lugar en el que se reúnen los habitantes de todas las edades a disfrutar de esas películas que forman parte de la historia, como por ejemplo la diligencia o de grandes figuras como Charles Chaplin. Es en el Cinema Paradiso donde se dan toda clase de situaciones, donde se discute por no llegar a tiempo el chaval con la segunda parte de la película, donde volver a verlas y recitar los diálogos de memoria, donde una madre amamanta a un hijo o también donde uno puede quedarse dormido. En fin, un hermoso homenaje al cine.
La película nos sitúa en la posguerra, tras la Segunda Guerra Mundial. El cine tiene ese poder de hacer volar la mente y dejar los problemas a un lado, haciendo superar momentos difíciles como éste. Vemos el fenómeno de la emigración en una familia que viaja hacia a Alemania en busca de un futuro o el poder de la Iglesia en la figura del cura obligando censurar cualquier escena erótica. Nos muestra también la crisis de la industria debido al avance y aparición de la televisión y el vídeo.
Por tanto, un clásico de la historia del cine del que entre las cosas que jamás se olvidan es sin lugar a duda esa brillante música de Ennio Morricone, que es y será recordada para siempre.