Ante todo, debo confesar que siento debilidad por Portman, sobretodo desde su papel como Ivy en V de Vendetta, y aunque quizá su carrera no fuera merecedora de tal admiración, después de Cisne negro puedo afirmar sin duda que es una de las grandes de la actualidad.

Estamos ante una película curiosa, diferente, que nos plantea un contexto no demasiado habitual: un teatro de ballet, donde transcurre una historia frenética, paranoica, pero sin duda, genial. Aronofsky se saca de la manga un guión excelso, con un ritmo que te ata a la butaca sin dejarte pestañear, te manipula, te lleva por donde quiere cuando y como quiere, para finalmente explotar en un final perfecto, donde sentirás la ansia de ponerte el tutú y salir a danzar como un auténtico cisne negro, llevarte el aplauso del respetable y marcharte exhausto y satisfecho haciendo una reverencia.

Un soplo de aire fresco dentro de las salas de cine, una muy buena historia, la consagración de Natalie Portman y el brillante final son argumentos más que suficientes para que se convierta en una de las películas del año, y en una de mis favoritas, sin duda.

Imposible mostrar indiferencia después de semejante espectáculo.