No soy yo precisamente alguien que escupa sobre todo lo americano y menos sobre Woody. Entre la filmografía de Allen hay de todo acerca de sus comeduras de coco personificadas por actores de todo tipo y condición. El caso es que respeto profundamente a aquellos que como Owen Wilson o su personaje en la película, Gil, se han dejado llevar por la magia del París de principios del siglo XX como aliciente fundamental del filme. A mi no me llegó el halo. Vi la transfiguración de Allen en Wilson hasta en el tartamudeo y hasta coincidí con él al apoyar su visión nostálgica de otros tiempos, pero con el desfile de intelectuales se me acabó la retranca. Los parloteos impostados y caricaturescos de los personajes no se apoderaron de mi. Parecía unos grandes almacenes de la cultura del siglo XX entremezclados sin orden ni concierto más que París como denominador común. La ciudad que no necesita pagar para publicitarse con justicia es en la película la protagonista verdadera y en eso está Allen. Es un canto emocional que como tal respeto, pero requiere críticas emocionales y no a un aguafiestas que devuelva a la gente a la tierra. Justo lo que solía hacer Allen. Pero es que claro, lees las críticas de los expertos entre tanto artista y genio homologado y cualquiera les lleva la contraria. Mejor ser ambiguo y decir que era encantadora, romántica y cuantos calificativos sirvan para desviar lo que me pareció la película: banal, poco inteligente y un gran documental de París.