Recia historia que pretende tintes épicos y que huele a pólvora para disparar en un entorno paisajístico y humano rudo, violento e inmisericorde.
Su ritmo irregular y su, a veces, falta de capacidad de fabulación le restan empaque de manera que su atractivo oscila en la escala del interés sin terminar de convencer del todo.
La figura de J. Wayne resulta, como casi siempre, impresionante y, junto a la réplica de K. Hepburn, conforma la mejor parte de la película.
Y una ocasión excepcional para que ambos cabalguen con naturalidad por amplias extensiones de rocas, arenisca y limo en las que a menudo sólo germina el vértigo y la decepción.