Para tocar la fibra sensible de un friki de mediana edad no hay como mentarle a George A. Romero o repasar la filmografía alien de Spielberg; si además trata a los gorditos como lo sabe hacer J.J. Abrams, a algunos nos ha ganado para siempre. La apuesta es conservadora, basada en el (mejor) cine clásico, y la secuencia de los tanques es patética, pero el regalo de la peli de Super 8 no lo voy a olvidar en la vida.

Es quizá la película para toda la familia en la que el padre va a ser el que más se emocione, sobre todo si tuvo la suerte (o la desgracia, según se mire) de manejar Super 8: en Madrid, el revelado no tardaba 3, sino 15 días (porque lo mandaban a la Kodak de Las Rozas). Y conectar en plan Peter Pan con la ilusión que uno sintió por el cine es un logro que no todos consiguen, ni siquiera el Padrino, que nos defraudó con la última entrega del Dr. Jones.

Ahora toca ponerse las pilas con las series, que no sólo de Lost vive el hombre. Y esperar a que editen Super 8 en DVD para volver a ver los títulos de crédito.