Con una premisa de acción sobre un traslado de presos cualquiera, de repente el guion da un giro de 180 grados y se transforma en una película difícil de procesar no apta para cualquiera. Sí es cierto, que su inicio es como el de otras producciones del estilo: unos agentes policiales tienen la importante misión de trasladar con éxito a unos criminales muy peligrosos, que deben ser juzgados y condenados por sus delitos en Corea. Hasta ahí, todo parece indicar que algo se va a torcer, como en cualquier guerra entre polis y cacos, pero en ningún caso el público se imagina lo que ocurre más adelante.

La realidad es que la historia se transforma en una sangría mortal, al más puro estilo de Tarantino, la boda roja de Juego de Tronos e incluso El juego del calamar, pero todavía más gore, extrema y salvaje. Por si la brutalidad de los reclusos que se amotinan en el barco no fuera suficiente, en la bodega se encuentra un personaje todavía más sanguinario que ellos.

Todo el metraje es un continuo suceder de vísceras, desmembramientos, sangre por doquier, disparos y golpes con muchos huesos rotos. Es un film que tiene una cantidad excesiva de violencia muy gráfica, gratuita e innecesaria, simplemente para que la audiencia “disfrute” con la cantidad de efectos especiales y la poca censura a la hora de mostrar las muertes.

El resultado de este tipo de propuestas es muy subjetivo, puesto que son para un target específico, en concreto para fanáticos de la ciencia ficción gore. Si interesa este tipo de géneros de gran dureza visual, el largometraje se percibe como efectivo, ya que los impactos son muy realistas y los protagonistas sienten y viven un terror que traspasa la pantalla. Si de lo contrario, las cintas con alto contenido explícito, agresivo y sangre, no es lo que se busca, es preferible no verla porque puede afectar a la sensibilidad del espectador.

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