La novela homónima de Fiona Shaw sirve de punto de partida a las hermanas Ashworth para generar un drama que arranca con un tono social y familiar y deriva en una trama lésbica.

En su primer largometraje de ficción, estas gemelas emplean de forma patosa recursos como el determinismo circunstancial, que acorrala a los personajes y que los divide en buenos y malos, racionales e irracionales y marcados por pasiones irrefrenables y cambiantes a capricho de lo que, oportunamente, necesita el guión.

En este mismo sentido, abunda el dramatismo fácil que camufla, en lágrimas y música, la ausencia de naturalidad dramática. Tampoco resulta muy plausible la metáfora explícita, estirada, forzada y supuestamente mágica de las abejas.

Por otra parte, Annabel Jankel, una veterana de la televisión y del mundo de los viodeoclips, logra una ambientación perfecta y magníficamente detallada que aporta algo de verosimilitud al contexto.

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