Como si fuera una obra de teatro, Toscana se desarrolla en un único escenario, durante un metraje comedido. Ahí se cruzan las vidas de varias personas –algunas de las cuales han llegado por casualidad– y Pau Durà se encarga de enredarlas de manera eficaz para provocar la risa del público.

La comedia es sencilla y tiene algún diálogo vulgar y sexual, pero, en general, se abstiene de bromas ofensivas, propagandas de ningún tipo y conversaciones desagradables. En medio de los disparates que se suceden, el director aprovecha para hablar de las crisis adultas, ya sean laborales, de pareja o con los hijos.

El guion es ingenioso y sus personajes están construidos de manera que cada espectador pueda identificarse con alguna faceta. Además, el film cumple su único objetivo de provocar una sonrisa.

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