Michael C.Hall ya me sorprendía gratamente años atrás, en un registro diametralmente opuesto al que vemos en Dexter como "reciclador de escoria humana", en la singular serie de televisión "A dos metros bajo tierra" (2001). En aquella pretérita ocasión también se planeaba sin ambages sobre el inevitable tránsito de la vida a la muerte. El soberbio actor entonces daba vida a un personaje mucho más pacato e intrascendente que el impertérrito Dexter, asesino en serie de firme pulso e inconmovible abnegación por el "asesinato" selectivo. La trama está perfectamente hilvanada y vamos, capítulo a capítulo, asomandonos a los salones más sombrios de la psique de Dexter, un personaje indefinible, inescrutable, enmarañado como una madeja que no parara de rodar y de enredarse con sus propias fibras filamentosas. Uno casi siente una macabra devoción por la sagacidad de su mente brillante y maquiavélica, metódica y perfeccionista. Si bien es cierto que el hilo conductor de esta serie truculenta es la sangre y la muerte, hallada de la manera más brutal y "teatral", por la suntuosidad de los escenarios para cometer tal propósito, la serie es de una manufactura impecable, en gran parte debido a la gran calidad interpretativa de los actores y actrices que encabezan esta travesía hacia la locura de un asesino sin parangón. Los casos son siempre de sordidez vomitiva y más chocante si cabe, la templanza de Dexter para poner fin a los desmanes de los más abyectos criminales.