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Argentina Argentina · Córdoba
Voto de el_emi:
7
Drama Carlos Gutiérrez, "Elvis", es un cantante separado que vive en un olvidado barrio de Buenos Aires y que tiene una pequeña hija llamada Lisa Marie, a la que no ve muy seguido. Siempre vivió su vida como si fuese la reencarnación de Elvis Presley, negándose a aceptar su realidad. Pero está a punto de cumplir los años que su ídolo tenía al morir y su futuro se muestra vacío. Una situación inesperada lo obliga a hacerse cargo de su hija. En ... [+]
16 de julio de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El nombre de Armando Bo es un nombre que suena en Latinoamérica. No sólo aparece ligado como actor y productor de una de las películas más reverenciadas del cine argentino, “Pelota de Trapo” de Leopoldo Torres Ríos, gran exponente del neorrealismo en el continente; sino que también es un nombre de carácter mítico para los seguidores del cine erótico-popular, del cual fue pionero en América Latina. Es por ello que cuando vemos los primeros pasos en el cine de Armando Bo (nieto), no podemos dejar de pensar que sobre él recae la bendición y maldición de una herencia cinéfila más que importante, herencia que puede jugar en contra o a favor según la personalidad de aquél a quien recae. Afortunadamente, el joven Bo es de aquellos que paran la presión de taquito y definen al ángulo, pues con su ópera prima logra crear una obra tan personal y novedosa, como deudora de las influencias de su mítico abuelo. Su participación con relativo éxito en festivales de la talla de Sundance y San Sebastián, atestiguan el logro de este novato cineasta.

Hablar de El Último Elvis es hablar de muchas cosas. Como su abuelo lo hacía, Bo baja al inframundo bonaerense y habla de las familias a las que la realidad no las favorece, a los que la cotidianeidad les escupe en la cara. Un sitio donde no hay lugar para los sueños, para las ilusiones, donde la gente pequeña debe conformarse con una existencia pequeña y donde solo los locos se atreven a pensar una vida más grande que la que les toca. Así, la historia recae en un loco muy particular, Carlos Gutierrez, un imitador de Elvis, como tantos en Bs As que realizan shows baratos para rapiñar unos pesos que le permitan llegar a fin de mes; y que en algún momento de su vida empezó a creer que realmente era Elvis.

Para este personaje tan particular, Bo había pensado en un momento en Ricardo Darín, cuya popularidad y talento podría darle a la cinta el salto de calidad y la propulsión que pretendía para ella. Incluso durante un tiempo el mismo Darín pensaba que ésta sería la película en la que participaría. Entonces, casi de casualidad, apareció el músico John McInerny, adorador de Elvis al que dedicaba homenajes con su banda por puro placer, y Bo no lo dudó: ese era su Carlos Gutierrez. Porque a pesar de renunciar al talento actoral de uno de los actores más importantes de la Argentina, Bo había encontrado a un hombre que transpiraba Elvis, que no necesitaba actuar para ser el personaje de su película. Y al final, John McInerny no sólo desparramó talento musical en la pantalla, sino que se reveló como un grandísimo actor.

El Último Elvis desparrama emociones. No es una historia que pretenda mostrar el proceso de autodestrucción mental de una persona, como han hecho otras películas en el pasado. Su enfoque es mucho más mínimo. El protagonista vive en su mente una lucha esencial por la felicidad, que en la realidad se presenta y se traduce como un sueño enfermizo creado por una realidad que lo enferma, lo aplasta y reprime. Por eso y, pese a que su estructura narrativa es similar a las películas sobre hombres que luchan por un sueño y acaban dejándote una sonrisa en la cara, la sensación que deja la lucha del protagonista no está ni cerca de ser felicidad. Bo toma el mensaje positivo de luchar por un sueño y lo convierte en algo atemorizante, desilusionante, mostrando el carácter totalmente desolador que puede tomar en determinadas realidades. Y por ello es que pese a su minimalismo, la historia llega a ser tan trágica como una tragedia griega, tan deprimente como un libro de Kierkegaard, tan dolorosa como una patada en ciertos lugares.

Para el aplauso es un guión cuidado hasta el detalle, pues cada frase de nuestro protagonista nos va desvelando un poco más sobre su estado mental, nos va acercando más hacia el inevitable final, cuya previsibilidad, lejos de quitarle brillo, aumenta la sensación de impotencia que avanza con la película.

Párrafo aparte merece el trabajo de John McInerny, cuyo tabajo como imitador de Elvis es brillante regalando momentos inolvidables como esa Unchained Melody acompañada del piano que acompaña uno de los momentos más dramáticos de la historia y que, incluido un servidor al cual ni Elvis ni el Rock le movieron nunca un pelo, eriza la piel.

En un panorama del cine argentino como el actual en que las producciones deambulan entre un cine independiente, hecho más para festivales que para salas comerciales (lo cual no es malo y, de hecho, en general es muy bueno el nivel), y un cúmulo de producciones caza-óscar que no son sino burdas imitaciones de la fórmula de El Secreto de sus Ojos; una obra genuina como la ópera prima de Armando Bo se agradece y se recibe con entusiasmo. El Último Elvis es una película que nadie que guste de la música, que venere al Rey del Rock o simplemente guste del buen cine debería dejar pasar.
el_emi
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