Analicemos Confessions, para eso está. Hay buenas pelis que se resisten al analisis, malas pelis que también se resisten. Hay buenas pelis que buscan el análisis y malas pelis que exigen ser analizadas para ofrecer una defensa posible a partir de lo que surja en el análisis. No considero a Confessions una mala peli, y no es que abra el paraguas pero en otras manos ésto pudo haber sido catastrófico. Por el contrario, si la catalogamos como quien cataloga una lata de sardinas pues hemos de decir que Confessions es un bien acabado ejercicio de estilo, con todos sus ingredientes, llámense música, imágenes, etc, hilvanados con sabia precisión. Pero...

Que las musas del estilo no nos enceguezcan, señores, que detrás de Confessions de pronto descubro un policial amalgamado de puntos de vista subjetivos; un perverso intimismo que busca la crítica social pero que se queda en el detalle, la anécdota, la venganza. Nada de malo que sea un policial, pero sus piezas entonces se reunen no como ingredientes sustanciosos trás un concepto firme sino más bien como datos duros que deben hilvanarse para que todo cobre sentido. Detrás de esta enorme trampa se encuentra el as de espadas de Confessions, la mano de hierro con la cual Nakashima hace señales de humo: su inminente, plácida y definitiva retórica. Todo se esconde detrás de la elegancia formal, hasta los rotundos y tremendos sentimientos humanos, sí, pero que cobran conforme avanza la peli un tono de mero desquite personal.

Confessions es una caja de Pandora perfumada para la ocasión: no tanto por lo que pueda ofrecer desde el factor sorpresa, aquí eso no importa, sino más bien por su aura de incertidumbre constante con ansias de calmar las conciencias de los más ansiosos. Es una peli para almas curiosas, ¿qué pasará luego? Todavía se preguntan. Y, desde luego, las ansias de saber serán satisfechas. Allí se acaba el análisis.