Intensamente incómoda, de esas películas que te hacen revolverte en la butaca pero sin despegarte por el interés de esta tremenda historia.
Sobrepasa en dramatismo esta versión cinematográfica a la lectura, del difícil de encontrar, libro de J. Antonio Zunzunegui.
Los sucesos no dan tregua en esta plaza del Dos de Mayo madrileña, (donde realmente la ubica el autor literario) entre estas hermanas; una colgada de un amor destructivo y otra en busca de un amor más apegado al dinero que al corazón.
Por aquí desfilan, con mas o menos relación, con estas mujeres, chulos de bar, jefes lujuriosos, vecinos de los de toda la vida, un intelectual frustrado en cuestiones de amor y profesionales, un beato inútil y niños y niñas que llenan la plaza.
Se palpa una atmósfera opresiva para las mujeres, fíjense en esa apabullante escena en las que unas limpiadoras friegan el suelo arrodilladas con la encargada vigilándolas con un bastón. La sordidez de la vida de una de las hermanas viviendo en un piso por debajo del suelo e incluso el director consigue transmitir esa angustia de los personajes con monólogos dubitativos interiores.
Todas esas tomas callejeras son un recurso, demasiado utilizado en un tipo de cine de aquellos años, que pretende darle un realismo acentuado y que a su vez sirve de documento fehaciente del tipismo de una ciudad.
Un detalle de color en tanta negritud es el acertado vestuario que luce Gemma Cuervo, tiene percha y está bien elegido sobre todo ese pantalón y camiseta que lleva cuando vuelve de la piscina que la rejuvenece y nos acerca a la modernidad de la verdadera juventud de los sesenta ante tanta exaltación y apasionamiento.