Película que se cuenta en tres patadas, pero que si se las das te explota en un mar de chucherías cual piñata repleta de ellas. Una familia disfuncional -y aquí el adjetivo no puede ser mejor utilizado- se embarca en una furgoneta destartalada a cruzar medio país para la consecución de un sueño de la niña de la casa.
Como bien apuntan sus directores, la furgoneta es un miembro más de la historia, de la propia familia. Unos seres humanos que se tienen los unos a los otros como únicos asideros al abismo existencial y a la dureza que la vida nos depara: el ocaso de la misma reflejada en el abuelo drogadicto -el personaje más destroyer y simpático al mismo tiempo-, el desencanto amoroso y la inutilidad de seguir viviendo del tío profesor, la juventud nihilista y negadora del adolescente, el absurdo sueño del éxito laboral como fin vital del padre, la desesperanza de una vida sin sentido de la madre...
Todos estos temas están tocados con gran coraje, con pulso firme, y con extremo cariño hacia unos seres falibles como nosotros mismos.
Las sinergias entre ellos se van sucediendo a la vez que contemplamos sus debilidades, sus imposibilidades y sus pequeñas miserias humanas.
Y lo que hace extraordinaria como casi ninguna a esta película es que todos estos temas tan serios y tan fácilmente explotables por la vía del drama, los conducen Faris y Dayton por la senda de la comedia dramática, sin perder un ápice de verdad, ni de autenticidad.
Hay escenas memorables que cualquiera que haya visto la película tendrá en mente al evocar la furgoneta amarilla, o la mirada perdida de Carell, o la vestimenta del personaje de Abigail Breslin para el concurso de pequeña miss sunshine. Te hace esbozar una media sonrisa ladeada mientras por dentro tu cabeza te pide abrazarles uno a uno a estos seres tan especialmente normales.
Nota: 7,45.