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España España · Zaragoza
Voto de Purbez:
4
Drama Narra los orígenes del líder militar francés y su rápido e imparable ascenso de oficial del ejército a emperador de Francia. La historia se ve a través de la lente de la relación adictiva y volátil de Napoleón Bonaparte con su esposa y único amor verdadero, Josefina. (FILMAFFINITY)

Estreno en Apple TV+: 1 de marzo 2024
29 de noviembre de 2023
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decepcionante aproximación a la mítica figura de Napoleón Bonaparte, el general corso que se convirtió en emperador de Francia tras la revolución de 1789 y la proclamación de la República. En sus 2 horas y media de duración, Ridley Scott pretende narrar su ascenso y caída, desde la ejecución de la reina María Antonieta en 1793 hasta su destierro en la isla de Santa Elena en 1815. De esta manera, Scott pretende cubrir más de 20 años de la trayectoria de Bonaparte, 20 de los años más agitados en la Historia de Europa, tanto por la transformación nacional de Francia como por la proliferación de las ideas revolucionarias y el caos de las guerras que acabarán por llevar el nombre del protagonista: napoleónicas.

A pesar de la dificultad de cubrir un período tan amplio y rico, no es esta circunstancia la que empobrece la propuesta del director. Su fallo es que no hay un hilo conductor, no hay un leitmotiv que dé sentido al relato, que guíe la trayectoria del general y que proporcione un mínimo de suspense y cohesión de principio a fin. Asistimos a la toma de Toulon, su matrimonio con Josefina, la campaña de Egipto, su proclamación como emperador, Austerlitz, Rusia y Waterloo, pero todas son estampas aisladas, sketches con un corso bajito como protagonista. No se comprenden las elipsis, saltos de hasta seis años sin mencionar qué sucede entre un momento u otro, fundidos a blanco sangrantes y rótulos inexplicables. Uno sale del cine con la sensación de no haberse adentrado ni en el corazón ni en la cabeza de Bonaparte, de haberse quedado en el vestíbulo, de permanecer su interior como un terreno vedado en el que ni siquiera ha pretendido observar por la mirilla Scott.

¿Qué guio la actuación del general? ¿Qué motivó su ambición, cuál era su proyecto de cara al futuro, sus sueños y sus ilusiones? ¿Qué le atormentaba? A retazos, Scott divaga sobre su tormentosa relación con Josefina y su obsesión por engendrar un heredero para el trono, pero no es una tesis capaz de adueñarse del relato, son contadas escenas de desagradables escarceos sexuales y conversaciones de adolescentes inmaduros, incapaces de racionalizar mínimamente cuanto sienten. El Napoleón de Ridley Scott es una caricatura, un sujeto incapaz de adueñarse del trono de Francia y conquistar Europa, resulta inverosímil. Como tampoco se entiende la ideación de un antagonista mínimamente digno, un personaje que quite el sueño a Napoleón, suponga un obstáculo o esté a su altura en términos dramáticos. Me temo que no son válidas las tres escenas en las que aparece el zar de Rusia, y para cuando aparece el duque de Wellington la película está a punto de terminar. Totalmente desperdiciado.

Semejante presupuesto ha ido a parar a unas deslumbrantes escenas bélicas, muy dignas, como la victoria napoleónica en Austerlitz, las escaramuzas cosacas en Rusia y, por supuesto, la espectacular batalla de Waterloo. También resultan preciosos un par de tableaux vivant, representaciones de obras pictóricas. Pero, por desgracia este Napoleón no pasará a la Historia del séptimo arte. Antes de haberle desenterrado, Ridley Scott podría haberse dejado asesorar por Abel Gance y Sergei Bondarchuk, quienes en 1929 y 1970 retrataron a Bonaparte con mayor fortuna y, seguramente, menos medios. Porque estas películas entretenían y, lo peor de todo, es que Ridley Scott aburre.
Purbez
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