La nueva película de la realizadora alemana Dories Dörrie nos acerca al mundo de los sueños no realizados de la mano de una pareja madura que ha de convivir con la indiferencia de sus hijos. Se trata de un film de estilo poético en que la directora juega con los anhelos de la protagonista para plasmar una serie de imágenes y situaciones casi bucólicas que en ciertos momentos funcionan bastante bien. Tiene el inconveniente que a medida que avanza la cinta, esta va empeorando y las diferentes secuencias, por repetitivas, se van haciendo tediosas, fruto también de la excesiva duración de la película.

La teórica fuerza visual de esta propuesta -centrada en la busqueda del monte Fujiyama- queda oscurecida por el comportamiento del protagonista, que pasa del absurdo a rozar el ridículo en un tramo final de película que a la directora se le escapa de las manos. Por el camino, tan solo quedan buenas ideas, como la del individuo occidental frente a la desconocida cultura asiática -nada demasiado original, tampoco- o la amistad de este con la adolescente japonesa. Muy poca cosa para dos horas de un contenido tan vacío como una extraña danza nipona.