Lo mejor: las escenas de batallas y de acción (ahora echamos de menos esas flechas y esos fuegos no digitales) y no se hace aburrida a pesar de sus casi tres horas. Lo peor: llega a creerse el grandilocuente discurso épico de siempre -falso por definición-, deriva por momentos -en esta misma línea- hacia senderos bobalicones y cuando llega la hora de la verdad -la de mostrar el final del héroe trasunto de Jesucristo-, todo se resuelve con una autocensura (ni asomo de la emasculación ni de la evisceración). ¿Tanto ruido para una mísera decapitación? Desde luego Mel Gibson se desquitó una década después con "La pasión" (2004).

Al final se queda en un solvente pero vulgar pasatiempos.