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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
7
Comedia. Terror Viago, Deacon y Vladislav son tres vampiros que comparten piso en Nueva Zelanda. Hacen lo posible por adaptarse a la sociedad moderna: pagan el alquiler, se reparten las tareas domésticas e intentan que les inviten a entrar en los clubs. Una vida normal, salvo por una pequeña diferencia: son inmortales y tienen que alimentarse de sangre humana. Cuando su compañero del sótano, Petyr, convierte en vampiro a Nick, nuestros protagonistas ... [+]
9 de julio de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con una textura propia de un documental, y bajo la ficción de estar grabando las actividades cotidianas, Lo que hacemos en las sombras (2014), de Taika Waititi y Jemaine Clement, nos ofrece la vida de un grupo de vampiros que comparten casa en Wellington (Nueva Zelanda), con los problemas característicos que pueden surgir en una situación semejante: platos sin fregar desde hace cinco años, necesidad de poner periódicos en el suelo antes de morder a una víctima para favorecer las labores de limpieza, vida nocturna obligatoria, problemas para entrar en las discotecas, cazavampiros que les acosan, hostilidades con los licántropos, los roces propios de la convivencia entre ellos, dificultades para elegir ropa al no tener imagen en los espejos, amores imposibles con humanas, la añoranza de los amaneceres, que sólo pueden ver en internet, las dificultades de adaptación a la vida moderna de quienes varios siglos de vida, la imposibilidad de comer patatas, etc. En fin, lo habitual en el mundo de los vampiros, ¿para qué vamos a seguir insistiendo?

Destacar que se trata de una producción galardonada con el premio a la Mejor película en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF), concretamente en la sección Midnight Madness, así como con el Premio del público en el Festival de Sitges.

También me gustaría mencionar el mestizaje cultural que se respira en Nueva Zelanda, donde los maorís han alcanzado un nivel de integración en la cultura de los colonizadores europeos como ningún otro pueblo nativo ha conseguido. Nada que ver con la situación en América, la del norte y la del sur, o con la de África, incluso con la de Australia, donde los aborígenes deambulan sin rumbo fijo por las calles de las ciudades, sobre todo en el norte y muy especialmente en Alice Springs.

Cuando he estado en Nueva Zelanda me ha llamado la atención que las páginas web oficiales son bilingües, inglés y maorí, lo que desde luego no sucede en ningún otro estado de la orbe occidental anglosajona, donde el inglés se ha impuesto sí o sí. Existe un área francófona en Canadá y en los edificios oficiales la información se ofrece en inglés y francés prácticamente en todo el país, pero ninguna de esas lenguas es la de los pueblos nativos. En el sur de Estados Unidos, también en la ciudad de Nueva York, o en California, por supuesto en Florida, no es extraño oír el español, pero ni el inglés ni el español son las lenguas nativas. En los centros escolares kiwis (este nombre no es despectivo, sino que lo utilizan ellos para referirse a sí mismos, incluso existe un Kiwi Bank, que recuerda a la antigua Caja Postal española) se estudia el maorí, etc. Y viene todo esto a colación de que los dos directores de Lo que hacemos en las sombras son mestizos: Waititi es maorí por parte de padre y Clement por parte de madre. Y ésa fue una de las cosas que más gratamente me atrajeron de esta nación en las antípodas de España: la pervivencia de la cultura maorí, con el Día de Waitangi (6 de febrero) incluido.

Hablando con neozelandeses de origen europeo me comentaron que ello se debía a que estas islas estaban tan lejos de la metrópoli, que necesitaban imperiosamente la mano de obra local, y de ahí que no les esquilmaran. Sea como sea, y si bien es cierto que los únicos focos de marginalidad social que he presenciado en Nueva Zelanda son los de los maorís, la situación de este pueblo dista una enormidad de ser la misma que la de los aborígenes en Australia, los apache en USA, los tahínos en Cuba, donde fueron totalmente exterminados por los españoles, o los masais en Kenia-Tanzania.

Pues bien, directores mestizos para una película esencialmente mestiza, pues desde el punto de vista intrínseco del filme hay una división esencial entre los humanos y los no humanos (vampiros, licántropos, brujos y zombis, esencialmente). Pero también es una película mestiza en cuanto a género, puesto que se sitúa entre lo legendario de todas las películas sobre el conde Drácula, de la que sin duda la mejor es la de Francis Ford Coppola, Drácula de Bram Stocker (1992), que también es la más fiel al texto del autor inglés, y el humor dudoso de las parodias de la saga Scary movie, aderezado todo ello con una parodia de la saga Crepúsculo, sin caer en la broma fácil.

Con motivo del Festival de cine Fancine, subí a mi blog una reseña titulada “Morirse de la risa en el 24 Festival de cine fantástico de la universidad de Málaga”, donde, entre otras, analizaba la película neozelandesa Housebound (2014), de Gerard Johnstone. Pues bien, parece que los neozelandeses, además de las grandes superproducciones del tipo El señor de los anillos han encontrado una vena en el humor inteligente inspirado en los grandes clásicos del cine de terror. Menos iconoclasta, quizá, que La vida de Brian (1979), de los Monty Pithon, claro que esto dependerá de la firmeza de las creencias religiosas de cada cual, o de su amor al cine eterno de criaturas sobrenaturales.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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