Si uno no se fija en el reparto encabezado por una estrella como Emily Blunt, creería estar ante otro de esos folletines blanduzcos, soporíferos y repetitivos con el que castigar las sobremesas televisivas del fin de semana. La verdad, la oferta de la adaptación literaria no puede ser más pobre en cuanto a todo lo que sea lograr huir del aspecto siempre cuestionable del telefilm. Después de salir de la bruma emocional por la que te conduce la angustiada Rachel (la mencionada Blunt) y cuestionarnos su salud mental, justo ese momento en que todo empieza a cobrar cierto sentido, la implicación con todo y todos cuantos salen es un vulgar juego de trileros al más puro estilo del drama insípido televisivo. La descripción de los personajes, el desarrollo de las situaciones, las localizaciones en las que estas se producen y hasta el desenlace mismo, van encaminados hacia ello sin remisión.
La producción es manifiestamente insuficiente ante la intención en la sombra de la denuncia de la violencia doméstica y machista, para convertirse en una forma malsana de despedazar el talento dramático de Blunt, su eje y mayor virtud, y cuantos se encuentran a una altura superior a un pastiche tan cargante y poco brillante. Cualquier parecido con la intencionalidad de realizar un drama competente y equiparable a cualquiera que se precie es mera coincidencia. No se disfruta, se padece.