Tal vez sea una osadía ponerse en la piel de Shakespeare, fuente inspiradora e inagotable con mayúsculas de la dramaturgia, y pensar que la penúltima adaptación (y si no, al tiempo) de su obra 'Macbeth' pudiera ser una adaptación de su gusto y a su altura, si éste pudiera llegar a entender lo que significa el término adaptación cinematográfica en toda la magnitud del mismo. Tras ver la versión de Justin Kurzel, probablemente la osadía sería volver a intentarlo con una nueva versión. Salvo que se hiciera de manera tan vanguardista y alejada del contexto original, algo como lo que afrontara John Turturro en su día, se vería empequeñecida. Ni que decir tiene después de pasar por manos tan reputadas como las de Welles, Kurosawa o Polanski.
La última en saltar a la palestra expresa con exactitud milimétrica la complejidad dramática de la obra, con unos excelsos Michael Fassbender y Marion Cotillard como Macbeth y Lady Macbeth respectivamente, dominando cada escena, cada sentimiento pretendido. Difícil encarnarlos mejor. Ambos en estado de gracia, puestos al servicio en cada verso, en cada palabra recitada, del arte de la manipulación y el engaño. En la fotografía domina el claroscuro para darle un marco más adecuado a la composición de la tragedia, y una puesta en escena virtuosa en la que no se escatima realismo cuando el momento lo requiere.
Kurzel y su equipo no se alejan mucho de la concepción original aunque no se reprimen, a su vez, a una estética moderna rompedora que afiance puesta en escena, diálogos y soliloquios. En conjunto, la comprometida prueba skakesperiana está más que superada.