Algo es algo.
Al cabo de los años sacamos del pecio submarino el dibujo de la maja. No la Cayetana de Alba que Goya pintara desnuda y vestida, sino la desnuda del pedrusco que retrató DiCaprio. Hoy infinitamente más conocida ésta que aquélla.
Y todo por el éxito de público y también artístico de "Titanic". Un auténtico fenómeno de masas en el momento de su estreno que descansa sobre dos pilares:
1. La monumentalidad, las dimensiones colosales del barco, el lujo del vestuario y del mobiliario, ambientación, efectos especiales (sobre todo en el hundimiento), fotografía, color, banda sonora ...
2. La historia de amor, sin duda la clave del éxito aunque para nuestro gusto resulta demasiado almibarada. El espectador vive ese triángulo amoroso tan escandalosamente asimétrico, tan aniñado en el caso de Jack (DiCarpio) y tan malvadamente malvado en el de Cal (Zane).
Fenómeno de masas que ha formado dos grupos irreconciliables entre partidarios y detractores de la cinta. Cuando el cine es arte, y como tal provoca en el espectador reacciones diversas, contrapuestas a menudo. Y todas valen.
Por cierto, hablando de arte la joven Rose (Winslet) muestra un excelente ojo para la pintura. Para estar arruinada se lleva de París lienzos de Monet y de "un tal Picasso". Luego, cuando vea los dibujos de manos y de desnudos de su joven amigo querrá emular a la Duquesa y posar también para él.
El arte dentro del arte.
Una buena película, sin discusión, a la que quizás le sobren los cazadores de tesoros submarinos con la abuelita.
La recomendaríamos si no fuera porque es inútil. A estas alturas todo el mundo la ha visto ya varias veces.