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Voto de Lafuente Estefanía:
8
Comedia Después de terminar la mili en el cuerpo de caballería, Fernando decide comprar a Bucéfalo, el caballo que ha sido su compañero durante ese tiempo y regresa a Madrid con el animal. Pero la ciudad se ha transformado tanto que ni siquiera encuentra una cuadra ni tiene tiempo para atenderlo. Así las cosas, tendrá que buscar alguna solución. (FILMAFFINITY)
1 de abril de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El último caballo", como decir "El último mohicano" o "Los últimos de Filipinas", traslada al espectador a un final de ciclo, a algo que muere para dar paso a una nueva situación.
Es lo que ocurre cuando un regimiento de Caballería pasa a ser motorizado. Sobran los caballos y el Ejército los vende como montura de picadores en las corridas de toros. O sea, son condenados a una muerte segura.
Pero Fernando (Fernán Gómez) no se resigna e invierte todo el dinero que tenía ahorrado para casarse en adquirir a Bucéfalo, el caballo que le ha servido de montura durante todo el servicio militar. Ahí viene el problema, que Madrid donde trabaja de oficinista no tiene espacio para caballos, "Ya no hay más que camionetas". Y la vida está muy cara, 20 pesetas diarias cuesta la pensión y otras 20 le piden por mantener el caballo en un picadero. Imposible para un chupatintas.
Ahí está el planteamiento de la trama que se irá desmigajando en un bellísimo guion que alterna escenas cómicas y dramáticas en el mejor estilo chaplinesco. Por un momento Bucéfalo semeja a "El Chico" del maestro del bombín y del bastón, solos, sin un hogar donde morar y perseguidos, el uno por el contratista de caballos de las Ventas y el otro por la frialdad de los servicios sociales.
Director, guionista y productor de la cinta, Neville comunica a su obra ese tono agridulce tan característico de los grandes maestros.
¿No tiene acaso un tono cervantino la salida desde Alcalá, precisamente Alcalá de Henares, de Fernando bien trajeado y a lomos de Rocinante, digo Bucéfalo, camino de Madrid donde le esperan las calles pobladas de gigantes, digo de coches y de camiones? ¿No tiene acaso Fernán Gómez un parar quijotesco como demostrará posteriormente en otro de sus grandes papeles?
¿Y su antiguo compañero de armas ahora bombero, Simón (Ozores), no es acaso una suerte de buen Sancho que lo ayuda y sigue fielmente para salvar a Bucéfalo? Incluso nos atrevemos a comparar a la bondadosa Isabel (Montes) con una Dulcinea floristera, frente al egoísmo de Elvirita y de la Maritornes de su madre (Lajos).
Bucéfalo, "El último caballo", en este caso representa a esa parte de la sociedad que ha dejado de ser útil y por lo tanto sobra y hay que quitar de en medio sin contemplaciones. Son los "Tiempos modernos" ante los que no se resigna a sucumbir este entrañable grupo humano. "Un labrador, un bombero, un oficinista y una florista, unidos contra el mundo moderno".
Auténtica ecología. Y estamos en 1950. Nada que ver con el ecologismo actual de aire acondicionado.
No es nostalgia del "Mundo antiguo cuando todo lo que se movía tenía sangre caliente". Es la absoluta convicción que modernidad no significa precisamente felicidad, al menos "Antes a la gente le quedaba la peseta sobrante con la que compraba la alegría".
Una gran película, con una dirección que alterna magistralmente momentos dramáticos con otros cómicos. Impagable la escena del plantón del novio el día de su presentación oficial, como las "cabalgadas" entre los coches de Fernando por la Gran Vía madrileña.
Buena asimismo la escena del veterinario que atiende la infección de Bucéfalo para la que requiere penicilina que hay que comprar muy cara en el mercado de estraperlo, mientras despacha sin contemplaciones el coma etílico del calesero (Aguirre) a base de inhalaciones de amoniaco y aplicación de compresas de agua fría en la frente.
En resumen, no se pierdan esta variante de "El hombre que susurraba a los caballos", una cinta más que notable que recomendamos.
Lo dicho, "¡Abajo los camiones!"
Lafuente Estefanía
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