Hablar de 'La Tortuga Roja' se me antoja tan fácil como describir algo que es sencillamente perfecto. La mayor baza de este objeto de belleza, que supone la alianza entre el director e ilustrador Michael Dudok de Wit y Studio Ghibli -en su primera producción europea-, es la de haber creado un precioso tapiz de luces (la realidad) y sombras (los sueños del náufrago) donde los animales humanizados o el realismo mágico de Ghibli, y unos humanos que parecen inspirados por la linealidad clara de Hergé, se abrazan con armonía en un páramo cristalino y desierto que pide ser insuflado de vida, como un lienzo en blanco, a través de un relato que se alimenta en gran medida de las alucinaciones de su protagonista, un hombre desesperado por huir de la isla donde convive con la única compañía de unas crías de cangrejo y una enorme tortuga roja. Y aquí os paro de contar.
Cada vez quedan menos oportunidades para seguir disfrutando con un estilo de animación tan tradicional, puro y limpio, de una plasticidad tan artesanal, con unas texturas y colores tan suaves que visualmente merecen ser considerados una obra de arte. Cuando la belleza alcanza cimas tan altas, las palabras no son necesarias. Puede que por eso 'La Tortuga Roja' (2016, Michael Dudok de Wit) ni siquiera tenga diálogos.