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Voto de davilochi:
9
7,8
15.687
Drama
Charles Horman (John Shea), un joven e idealista periodista norteamericano, desaparece de su domicilio en Santiago de Chile tras el golpe de Estado del general Augusto Pinochet (11-9-1973). Su mujer (Sissy Spacek) y su padre (Jack Lemmon), que se traslada allí desde los Estados Unidos, intentan averiguar su paradero y vivirán una auténtica odisea recorriendo las instituciones diplomáticas norteamericanas y tropezando con infinitas trabas burocráticas. (FILMAFFINITY) [+]
24 de junio de 2011
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra de las obras maestras que Costa-Gavras ha regalado al mundo del cine, creo que ya no se hace cine así de intenso, serán los ciclos, las épocas, quién sabe. Esta película nos lleva al momento inmediatamente posterior al golpe de estado de los militares chilenos: hay controles de carreteras por todos lados, toque de queda y desconfianza. La obra del director heleno-francés es un documento histórico de primera magnitud tras el cual hay un trabajo de documentación y reconstrucción apabullante. Desde el primer momento tomamos conciencia de la frivolidad del mundo mundo paralelo en que viven los extranjeros encerrados en sus hoteles, muchos de ellos estadounidenses en viaje de negocios que aplauden a los militares al pasar por las calles durante sus patrullas rutinarias, bien saben que ellos son los principales garantes del buen discurrir de sus negocios en Chile.
Los protagonistas son un joven matrimonio de estadounidenses, pero en este caso disidentes de la línea oficial propugnada por Washington que en su momento decidieron adentrarse de lleno en la fascinante y desconocida Latinoamérica. Sin embargo las cosas han cambiado radicalmente desde su llegada, ahora, por las noches se oye el tableteo esporádico de las armas automáticas. Beth pronto va a mostrar su nerviosismo ante los acontecimientos que se suceden a su alrededor y desea fervientemente volver a la seguridad de los Estados Unidos; en cambio, Charles, su marido, parece tener interés por conseguir una visión de conjunto de lo que está ocurriendo en el país que los acogió. Éste viene de pasar unos días en Viña del Mar con una amiga y sabe que algo digno de ser investigado está ocurriendo. Mientras tanto vemos en las calles de Santiago las redadas, los militares amonestando a las mujeres por llevar pantalones, brigadas de limpieza cubriendo los murales de la Unión Popular y centros de detención improvisados. Todo con el único objetivo de borrar cualquier vestigio del pasado reciente, de erradicar las bacterias del marximo del seno de la sociedad chilena. Para ello, como podemos comprobar en una peligrosa travesía nocturna de Beth -que se ha quedado en tierra de nadie tras el toque de queda- los militares trabajan día y noche, quemando libros y continuando con las redadas.
Por la mañana, al regresar de vuelta a casa Beth descubre que la casa está patas arriba y Charles ha desaparecido. Pronto resulta evidente que ha podido ocurrir lo peor. Pronto hace su irrupción en Santiago el padre de Charles, Ed, un empresario neoyorquino con importantes conexiones en el establishment que, no obstante, cree a pies juntillas la versión oficial dada desde Washington y confía ciegamente en sus representantes políticos y diplomáticos. El verdadero problema es que Charles sabía demasiado y las autoridades estadounidenses tampoco tenían mucho interés por ayudar a alguien que estaba en posición de demostrar la vinculación de los Estados Unidos con el golpe de estado.
Los protagonistas son un joven matrimonio de estadounidenses, pero en este caso disidentes de la línea oficial propugnada por Washington que en su momento decidieron adentrarse de lleno en la fascinante y desconocida Latinoamérica. Sin embargo las cosas han cambiado radicalmente desde su llegada, ahora, por las noches se oye el tableteo esporádico de las armas automáticas. Beth pronto va a mostrar su nerviosismo ante los acontecimientos que se suceden a su alrededor y desea fervientemente volver a la seguridad de los Estados Unidos; en cambio, Charles, su marido, parece tener interés por conseguir una visión de conjunto de lo que está ocurriendo en el país que los acogió. Éste viene de pasar unos días en Viña del Mar con una amiga y sabe que algo digno de ser investigado está ocurriendo. Mientras tanto vemos en las calles de Santiago las redadas, los militares amonestando a las mujeres por llevar pantalones, brigadas de limpieza cubriendo los murales de la Unión Popular y centros de detención improvisados. Todo con el único objetivo de borrar cualquier vestigio del pasado reciente, de erradicar las bacterias del marximo del seno de la sociedad chilena. Para ello, como podemos comprobar en una peligrosa travesía nocturna de Beth -que se ha quedado en tierra de nadie tras el toque de queda- los militares trabajan día y noche, quemando libros y continuando con las redadas.
Por la mañana, al regresar de vuelta a casa Beth descubre que la casa está patas arriba y Charles ha desaparecido. Pronto resulta evidente que ha podido ocurrir lo peor. Pronto hace su irrupción en Santiago el padre de Charles, Ed, un empresario neoyorquino con importantes conexiones en el establishment que, no obstante, cree a pies juntillas la versión oficial dada desde Washington y confía ciegamente en sus representantes políticos y diplomáticos. El verdadero problema es que Charles sabía demasiado y las autoridades estadounidenses tampoco tenían mucho interés por ayudar a alguien que estaba en posición de demostrar la vinculación de los Estados Unidos con el golpe de estado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Beth intuye desde el primer momento -aunque la esperanza es más fuerte- que las autoridades diplomáticas de su país están ganando tiempo hasta que decidan el mejor modo de quitarse el muerto de encima, nunca mejor dicho. Pronto se pone de manifiesto en las abiertas contradicciones y la supuesta incompetencia de los empleados de la embajada y, paralelamente, al calor de los intensos acontecimientos vividos en Chile se produce la evolución de Ed, el padre de Charles. En un primer momento podemos ver cómo su relación con Beth es muy tensa, de tal modo que no soporta el cuestionamiento constante al que su hijo y su nuera someten el modo de vida estadounidense y la política exterior del país. Todo esto está plenamente relacionado con la brecha generacional de finales de los 60 y principios de los 70, que creó un tremendo abismo entre padres e hijos que dificultaba la comprensión mutua. No obstante, como decíamos, poco a poco va a ir cuestionando el discurso oficial.
Hay varias cosas que llaman la atención y que están tratadas de un modo magistral por Costa-Gavras. En primer lugar el abismo existente entre los estadounidenses y los chilenos, ya que los primeros (representados por Ed) parecen incapaces de entender el modo en que las cosas funcionan en Chile, viniendo como vienen de los Estados Unidos, el paraíso de los derechos civiles (al menos en su día lo fue). En Chile no era necesario hacer nada para ser detenido. Al mismo tiempo, durante las investigaciones de Ed y Beth en busca de Charles vemos la embajada italiana atestada de perseguidos políticos (en este punto recomiendo el documental "De dolor y esperanza"), opositores del nuevo régimen que gracias a ello salvaron su vida. La presencia del "trauma cubano" es otra cuestión importante en el imaginario colectivo de las élites estadounidenses y, por ello, sirve para legitimar y elogiar lo ocurrido en Chile, lo cual se refleja en las palabras de uno de los oficiales con los que Charles habla en Viña, según el cual nada de eso habría sido necesario si Kennedy hubiera apoyado la invasión de Bahía Cochinos convenientemente.
No obstante, la lógica del intervencionismo estadounidense en Chile -extrapolable a toda Latinoamérica- se ve a las claras en uno de los momentos más estremecedores de la película: la última conversación sostenida entre el embajador y Ed tras descubrir este que su hijo fue asesinado. El primero tiene su propia versión del trabajo que desempeñan en Chile: "Protegemos los intereses estadounidenses"; "No los míos"; "Hay más de 300 empresas estadounidenses trabajando aquí: esos son los intereses estadounidenses". Queda más que clara la postura estadounidense en aquella época, muy similar a la de la administración Bush: actuar sin tener en consideración las circunstancias locales o los intereses individuales, protegiendo algo tan abstracto que difícilmente un ciudadano sensato puede sentirse identificado con semejantes intereses.
Hay varias cosas que llaman la atención y que están tratadas de un modo magistral por Costa-Gavras. En primer lugar el abismo existente entre los estadounidenses y los chilenos, ya que los primeros (representados por Ed) parecen incapaces de entender el modo en que las cosas funcionan en Chile, viniendo como vienen de los Estados Unidos, el paraíso de los derechos civiles (al menos en su día lo fue). En Chile no era necesario hacer nada para ser detenido. Al mismo tiempo, durante las investigaciones de Ed y Beth en busca de Charles vemos la embajada italiana atestada de perseguidos políticos (en este punto recomiendo el documental "De dolor y esperanza"), opositores del nuevo régimen que gracias a ello salvaron su vida. La presencia del "trauma cubano" es otra cuestión importante en el imaginario colectivo de las élites estadounidenses y, por ello, sirve para legitimar y elogiar lo ocurrido en Chile, lo cual se refleja en las palabras de uno de los oficiales con los que Charles habla en Viña, según el cual nada de eso habría sido necesario si Kennedy hubiera apoyado la invasión de Bahía Cochinos convenientemente.
No obstante, la lógica del intervencionismo estadounidense en Chile -extrapolable a toda Latinoamérica- se ve a las claras en uno de los momentos más estremecedores de la película: la última conversación sostenida entre el embajador y Ed tras descubrir este que su hijo fue asesinado. El primero tiene su propia versión del trabajo que desempeñan en Chile: "Protegemos los intereses estadounidenses"; "No los míos"; "Hay más de 300 empresas estadounidenses trabajando aquí: esos son los intereses estadounidenses". Queda más que clara la postura estadounidense en aquella época, muy similar a la de la administración Bush: actuar sin tener en consideración las circunstancias locales o los intereses individuales, protegiendo algo tan abstracto que difícilmente un ciudadano sensato puede sentirse identificado con semejantes intereses.