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España España · Barcelona
Voto de Ulher:
8
Drama Un generoso médico lleva a Bélgica a un joven marroquí, a quien educa como si fuera su hijo. Cuando el joven se enamora y decide fundar una familia, su esposa se encuentra encerrada en un clima afectivo irrespirable que tendrá un desarrollo insidioso. Con la llegada de los hijos, la pareja se hace cada vez más dependiente del médico. El altruismo sin límites del doctor se convierte en poder. (FILMAFFINITY)
25 de agosto de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay hechos que no atienden a razones condenados por su naturaleza. Impulsos que quedan fuera de toda lógica. Por momentos, convertidos en especialistas, tratamos de buscar su procedencia. Dar forma a la raíz que condimenta el suceso para descifrar el orden del caos. El filme de Joachim Lafosse invita a un interesante debate sobre si los actos responden a consecuencias o por el contrario caminan en soledad. Para ello el belga examina con lupa cómo los distintos poderes tanto económicos como sociales sacuden las relaciones personales.

Perder la razón desnuda la transición del júbilo del enamoramiento al infierno de la enajenación. En esa odisea al derrumbamiento, el cineasta parte de un primer plano contundente en el que cuatro féretros de reducidas dimensiones hacen su entrada en un avión cumpliendo así la voluntad de una mujer que ha perdido a sus vástagos. A Lafosse no le importa tanto desvelar el desenlace como diseccionar los recovecos de una mente volátil. Opta inteligentemente por recomponer un sencillo rompecabezas. El director inunda la pantalla de una intensidad tajante donde la narración juega un papel esencial sin recurrir a ningún tipo de sensacionalismo. Desde la cercanía, ha firmado un generoso trabajo que emana franqueza en cada fotograma. No hay que viajar lejos ni en tiempo ni lugar para sentir la rabia que nos quiere trasladar.

Estamos en la Europa aparentemente acomodada con dos jóvenes que se aman. Fruto de ese sentimiento verán nacer a sus retoños. Desde esas primeras secuencias llenas de ternura, Lafosse pasa a impregnar al filme de un tono siniestro casi tóxico. Respiramos la tragedia en cada plano. Perder la razón es cine duro de digerir. En sus entrañas conviven lecturas diversas a las relaciones familiares, a la subordinación, a las dependencias tanto emocionales como económicas. Desde una visión cautelosa, la película golpea y deja una huella difícil de superar.

El filme acierta de lleno en su ritmo. Pausado, en apariencia desarmado y sin embargo generando un clima de opresión digno del más sórdido Haneke del que bebe en más de una ocasión. Planos fijos con una determinación clásica enmarcados en una banda sonora complementaria. En ningún instante pretenden robar el protagonismo a un guión maduro y cuidadosamente escrito que consigue conmover más aún en manos de una Émilie Denneque que directamente absorbe la pantalla. La actriz no desaprovecha ni por un instante el imponente personaje al que da vida. Un ejercicio interpretativo de alto riesgo pero también de grandes frutos. En ella recae el peso de un filme ya de por sí denso haciendo creíble lo increíble.

Para aquellos a los que no les incomode contemplar la desesperanza en su mayor esplendor.

Lo mejor: Émilie Denneque dentro del vehículo convertida en paradigma del desespero y esa escena final donde sin mostrar nada lo dice todo.
Lo peor: que sus similitudes al cine de Haneke la sitúen en la sombra de éste.
Ulher
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