Esta segunda parte repite la misma lógica que hizo tan divertida a la primera, pero claro, la originalidad… bien gracias. De todas formas, esta previsibilidad se ve aminorada por lo imprevisible del personaje interpretado por Zach Galifianakis, lo único por lo cual dedicarle tiempo a este film.
Dentro de estas repeticiones hay cosas que siguen funcionando: no se puede negar que estos tres actores tienen una química especial y que la idea de volver a traer al personaje chino mejora la situación, así como las fotos del final, que son lo más esperado por quienes vieron la primera parte. El resto es cuento sabido, poco interesante y mucho menos gracioso, pero sirve como entretenimiento (al menos, lo mínimo para evitar que la dejes de ver).
Como diferencias, el mono es un punto a favor, especie de humor agresivo que nos hace cómplices y culpables sin poder evitar encontrarle gracia. La localización es distinta, cambia Las Vegas por Bangkok, aunque esto es indiferente.
En resumen, pareciera ser un film más apto para quienes no vieron la primera parte (cabe aclarar que no es para nada necesario haberla visto para entender su secuela), puesto que se trata, ni más ni menos, de la misma cosa.