James Wan sigue sus principios: reconocer lo que hizo gran de el cine de terror de los años setenta y ochenta y acercarse a sus propias mejoras para las nuevas generaciones. Es creativo y sencillo el director malasio. Aquí lo logra de nuevo en una tremenda película que logra sostener el ánimo terrorífico por su bien planteado guion y un exquisito reparto en el que todos vuelven a sostenerse como músicos de orquesta los unos a los otros. ¿Qué tal los niños?, ¿qué tal la aparición de Franka Potente y de Simon McBurney? En sus fachas setenteras guardan los latidos de una disputa de siempre acerca de las interpretaciones del mal y de lo demoniaco.
Uno de los mejores filmes de terror del 2016. Eso es mucho decir, de cuenta de que el género a veces parece reducido a una fórmula ya muy agrietada y poco emparentada con los deseos de los espectadores de, en verdad, sacudirse de sus asientos.