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Voto de Donald Rumsfeld:
4
2017
David E. Kelley (Creador), Jean-Marc Vallée ...
7,7
23.721
Serie de TV. Drama
Serie de TV (2017-2019). 2 temporadas. 14 episodios. Una oscura y misteriosa historia sobre tres madres (Madeline, Celeste y Jane) del norte de California cuyas vidas, aparentemente perfectas, se ven sorprendidas por un asesinato durante un evento para recaudar fondos del colegio de primaria. Celeste (Nicole Kidman) es una mujer con una vida familiar perfecta y un esposo ejemplar. Sin embargo, luchará por conseguir algo que le quita el ... [+]
11 de febrero de 2018
59 de 115 usuarios han encontrado esta crítica útil
Queridos hombres blancos: estamos pasados de moda.
Si por lo menos fuéramos negros, o al menos mulatos, tendríamos un pase. Pero así, en toda nuestra blancura, somos un poquito repugnantes. Si tenéis dudas solo debéis ver algunas de las series o películas más nominadas en los últimos tiempos. Aquí y en el extranjero. Y las audiencias.
Westworld, Orange Is The New Black, Alias Grace, Big Little Lies…
Wonder Woman…
La filmografía entera de Almodovar…
Por cierto, no sé si os he dicho ya lo que me gustan las feministas buenorras que van luciendo muslo, escote y pelo Pantene. Si no es así, os lo digo ahora: me encanta el feminismo de Victoria Secret.
Volviendo al tema. Lamento tener que confirmároslo: ya no servimos para nada.
Somos cosas muy simples. Un poco de sexo. Mucha violencia. Una banderita, cerveza, un partido de fútbol… Bueno, quizá alguna vez hubo hombres blancos que no eran exactamente así. Pero no esperéis reconocimiento alguno por la mera pertenencia al gremio; además, las mujeres de Big Little Lies o Sexo en Nueva York no tienen ni idea de a qué me refiero. Es imposible pensar sobre lo que se desconoce que se desconoce.
Aprender es tedioso. Y entre las clases de yoga, las tareas anexas el proceso reproductivo, ir a Disneyland e intentar realizar el sueño americano en modo vegano, a ellas no le queda tiempo.
En suma: Los hombres (blancos) y sus estructuras patriarcales no son más que un obstáculo a superar en el camino de la gloriosa emancipación femenina.
En qué consiste exactamente esa emancipación es algo que escapa a mi pobre y blanco entendimiento masculino. Tan sólo os puedo decir dónde acaba: en la cola del supermercado.
El que no es un alcohólico, es un maltratador. Básicamente estamos deseando de sacárnosla para ver quién la tiene más larga y mea más lejos.
En última instancia, somos unos calzonazos.
Por supuesto, no sabemos escuchar. Y si lo hacemos es porque seguro que no sabemos follar. Y si sabemos follar es porque somos unos sádicos. Esto son leyes cósmicas del universo femenino. No me hagáis perder el tiempo y anotadlas.
Seguramente sean mis lamentables limitaciones como hombre blanco las que me empujen a no ver sino la ironía de todo este asunto.
Y no me refiero a que las juntas de accionistas sean campos de nabos. O a que Trump sea presidente. Que también. Sino a que algunos de los elementos que se asumen como normales (caso de Big Little Lies) y sistemáticamente se incluyen con un peso muy relevante dentro de este supuesto marco de lucha por la emancipación femenina sean, por ejemplo, la obsesión por la apariencia física, por el lujo, por la propiedad, por el éxito, por el Jaguar, por el perfume, la joya y el traje, con la mesa repleta de comida basura que directamente irá a la basura y el smartphone en la mano.
Por establecer un paralelismo en absoluto al azar, cuando Sam Mendes muestra en sus películas el sueño americano, con mayor o menor fortuna, lo hace con cierta sinceridad. A Mendes no le interesa el lujo. Sabe que puede estar (o no) ahí, pero no es lo primero que ha de mostrar cada vez que comienza una secuencia. La mancha de vino en el sofá no es en realidad muy importante. Consecuentemente, tampoco le interesa el cotilleo. Y sus tramas son coherentes con las situaciones y personajes que describe; personajes cuyas obsesiones y emociones tienen unos tiempos naturales. Finalmente, la ira también cesa. Las circunstancias cambian.
Por el contrario, en Big Little Lies, ni la ira cesa ni los personajes cambian. Y si bien el conflicto se presenta en un envoltorio tan suntuoso como efectista, resulta tan prefabricado como las propias localizaciones en las que se rueda la serie o su misma puesta en escena, llena de cortes que intentan imprimir dinamismo a falta de un desarrollo sustancial.
Y por surrealista que parezca, el denominador común de todas estas series y películas es que para hacerlas brillar a ellas, a nosotros nos tienen que reducir a cero. Por lo general, no llegamos ni al nivel de caricaturas.
Si por lo menos fuéramos negros, o al menos mulatos, tendríamos un pase. Pero así, en toda nuestra blancura, somos un poquito repugnantes. Si tenéis dudas solo debéis ver algunas de las series o películas más nominadas en los últimos tiempos. Aquí y en el extranjero. Y las audiencias.
Westworld, Orange Is The New Black, Alias Grace, Big Little Lies…
Wonder Woman…
La filmografía entera de Almodovar…
Por cierto, no sé si os he dicho ya lo que me gustan las feministas buenorras que van luciendo muslo, escote y pelo Pantene. Si no es así, os lo digo ahora: me encanta el feminismo de Victoria Secret.
Volviendo al tema. Lamento tener que confirmároslo: ya no servimos para nada.
Somos cosas muy simples. Un poco de sexo. Mucha violencia. Una banderita, cerveza, un partido de fútbol… Bueno, quizá alguna vez hubo hombres blancos que no eran exactamente así. Pero no esperéis reconocimiento alguno por la mera pertenencia al gremio; además, las mujeres de Big Little Lies o Sexo en Nueva York no tienen ni idea de a qué me refiero. Es imposible pensar sobre lo que se desconoce que se desconoce.
Aprender es tedioso. Y entre las clases de yoga, las tareas anexas el proceso reproductivo, ir a Disneyland e intentar realizar el sueño americano en modo vegano, a ellas no le queda tiempo.
En suma: Los hombres (blancos) y sus estructuras patriarcales no son más que un obstáculo a superar en el camino de la gloriosa emancipación femenina.
En qué consiste exactamente esa emancipación es algo que escapa a mi pobre y blanco entendimiento masculino. Tan sólo os puedo decir dónde acaba: en la cola del supermercado.
El que no es un alcohólico, es un maltratador. Básicamente estamos deseando de sacárnosla para ver quién la tiene más larga y mea más lejos.
En última instancia, somos unos calzonazos.
Por supuesto, no sabemos escuchar. Y si lo hacemos es porque seguro que no sabemos follar. Y si sabemos follar es porque somos unos sádicos. Esto son leyes cósmicas del universo femenino. No me hagáis perder el tiempo y anotadlas.
Seguramente sean mis lamentables limitaciones como hombre blanco las que me empujen a no ver sino la ironía de todo este asunto.
Y no me refiero a que las juntas de accionistas sean campos de nabos. O a que Trump sea presidente. Que también. Sino a que algunos de los elementos que se asumen como normales (caso de Big Little Lies) y sistemáticamente se incluyen con un peso muy relevante dentro de este supuesto marco de lucha por la emancipación femenina sean, por ejemplo, la obsesión por la apariencia física, por el lujo, por la propiedad, por el éxito, por el Jaguar, por el perfume, la joya y el traje, con la mesa repleta de comida basura que directamente irá a la basura y el smartphone en la mano.
Por establecer un paralelismo en absoluto al azar, cuando Sam Mendes muestra en sus películas el sueño americano, con mayor o menor fortuna, lo hace con cierta sinceridad. A Mendes no le interesa el lujo. Sabe que puede estar (o no) ahí, pero no es lo primero que ha de mostrar cada vez que comienza una secuencia. La mancha de vino en el sofá no es en realidad muy importante. Consecuentemente, tampoco le interesa el cotilleo. Y sus tramas son coherentes con las situaciones y personajes que describe; personajes cuyas obsesiones y emociones tienen unos tiempos naturales. Finalmente, la ira también cesa. Las circunstancias cambian.
Por el contrario, en Big Little Lies, ni la ira cesa ni los personajes cambian. Y si bien el conflicto se presenta en un envoltorio tan suntuoso como efectista, resulta tan prefabricado como las propias localizaciones en las que se rueda la serie o su misma puesta en escena, llena de cortes que intentan imprimir dinamismo a falta de un desarrollo sustancial.
Y por surrealista que parezca, el denominador común de todas estas series y películas es que para hacerlas brillar a ellas, a nosotros nos tienen que reducir a cero. Por lo general, no llegamos ni al nivel de caricaturas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Y quizá también sean mis limitaciones como hombre las que me hagan pensar que este, digamos, feminismo de Sexo en Nueva York, Big Little Lies o Wonder Woman bien podría no ser más que una fantasía machista. Y el sueño de todo empresario.
Con escotes, bien maquilladas, sin un gramo de grasa, mitad seres humanos, mitad suma de tendencias. Como la propia acumulación de -oye vamos a juntar aquí todo, TODO, lo que está de moda- mediante la que funciona el guión. O los flashbacks y flashforwards que destruyen la narración (e inmunizan contra cualquier ambigüedad hitchcockiana), y que la convierten, por si quedaran dudas, en lo que es: puro vouyerismo. Una serie tan rosa como el Hola o el Pronto. Pornografía del lujo y la mezquindad. Las miserias de los ricos envasadas para consumo de los pobres. Satisfacción garantizada.
Y casi seguro que también son limitaciones masculinas las que me hacen creer que detrás de todo ese artificio, de esa barroca puesta en escena, de esos personajes tan atormentados e insatisfechos, caracterizados por tener una visión materialista, ingenua e infantil del universo que las rodea (las armas les hacen sentirse a salvo…), tan sólo se esconde la más grotesca vulgaridad. El aburrimiento. Al igual que ocurre con la propia trama de la serie, que se escamotea (en apariencia) al espectador por la simple razón de que (en realidad) tampoco había mucho que contar. La cosa no daba para más de tres capítulos o una película del montón. Lo de en medio no son más que magníficas interpretaciones; eso sí, en plan divismo total: mira, podría llorar, y lo sabes, pero me contengo en las sombras.
Y es que en esta serie siempre hay una buena sombra donde justamente se la necesita, y ahora no me refiero al guión. O sí. Como en 50 Sombras de Grey. Hay que escandalizar. Pero solo un poco. No se vayan a molestar. Nada que sea demasiado violento. Demasiado duro. Demasiado real. Todo muy comedido y convenientemente iluminado. Nada muy diferente a una colección de reportajes sacados del Hola.
Con escotes, bien maquilladas, sin un gramo de grasa, mitad seres humanos, mitad suma de tendencias. Como la propia acumulación de -oye vamos a juntar aquí todo, TODO, lo que está de moda- mediante la que funciona el guión. O los flashbacks y flashforwards que destruyen la narración (e inmunizan contra cualquier ambigüedad hitchcockiana), y que la convierten, por si quedaran dudas, en lo que es: puro vouyerismo. Una serie tan rosa como el Hola o el Pronto. Pornografía del lujo y la mezquindad. Las miserias de los ricos envasadas para consumo de los pobres. Satisfacción garantizada.
Y casi seguro que también son limitaciones masculinas las que me hacen creer que detrás de todo ese artificio, de esa barroca puesta en escena, de esos personajes tan atormentados e insatisfechos, caracterizados por tener una visión materialista, ingenua e infantil del universo que las rodea (las armas les hacen sentirse a salvo…), tan sólo se esconde la más grotesca vulgaridad. El aburrimiento. Al igual que ocurre con la propia trama de la serie, que se escamotea (en apariencia) al espectador por la simple razón de que (en realidad) tampoco había mucho que contar. La cosa no daba para más de tres capítulos o una película del montón. Lo de en medio no son más que magníficas interpretaciones; eso sí, en plan divismo total: mira, podría llorar, y lo sabes, pero me contengo en las sombras.
Y es que en esta serie siempre hay una buena sombra donde justamente se la necesita, y ahora no me refiero al guión. O sí. Como en 50 Sombras de Grey. Hay que escandalizar. Pero solo un poco. No se vayan a molestar. Nada que sea demasiado violento. Demasiado duro. Demasiado real. Todo muy comedido y convenientemente iluminado. Nada muy diferente a una colección de reportajes sacados del Hola.